Andrés no quiere dormir la siesta

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Recordando sin ira

El filme de Daniel Bustamante usa como telón de fondo los años de plomo para hablar de una familia.

La mirada hacia el pasado -en particular si se refiere a los años de plomo- siempre es analizada desde la platea por el tamiz de la subjetividad del que vivió esa época. No es el caso de los espectadores más jóvenes, a quienes los relatos aún pueden llevarlos a creer, de un extremo a otro, que confían lo que se les cuenta fue realmente así.

Andrés no quiere dormir la siesta, en buena parte de su trama, no se propone gritar verdades sino poner de fondo la situación de ciudadanos comunes que convivieron con la desaparición forzada de personas para contar la historia de una familia. Una familia rota, en pedazos y por varias cuestiones: primero, porque los padres jóvenes de Andrés se separaron; luego, porque la mamá muere en un accidente de tránsito, y el padre vuelve a vivir con Andrés y con su abuela.

El director Daniel Bustamante no profundiza en su guión ninguna cuestión aleatoria: si hay personajes que rodean a Andrés que formaron parte de grupos paramilitares, los presenta casi siempre bajo los ojos de Andrés, un niño que no quiere dormir la siesta y prefiere tomar la leche fría antes que hervida, consentido por su abuela. La película cambia el eje cuando los personajes adultos niegan a Andrés la realidad ("yo no vi nada", le dice la abuela, cuando el niño sabe que ella presenció cómo secuestraban y golpeaban a alguien en la vereda de enfrente).

Pero es más inquietante lo que se dice y sucede en esa cocina que todo lo que pasa afuera de la casa. A la buena construcción de los diálogos de Bustamante se suman afortunadamente las actuaciones, principalmente de Norma Aleandro, Fabio Aste (el padre) y hasta el pequeño Conrado Valenzuela, como Andrés. Cada uno tiene que enfrentar situaciones de dolor, y cada personaje lo expresa a su manera.

Allí se nota la buena mano del director, ya que no permite que nadie se extralimite ni vocifere si no lo requiere la situación.

La película se sigue con marcado interés hasta que la trama comienza a alargarse en los últimos veinte minutos, como si tanto rigor estilístico no hubiera podido mantenerse. Habrá que ver cuál es el siguiente paso de Bustamante, pero está claro que cuenta con buenas armas.