Andrés no quiere dormir la siesta

Crítica de Eugenia Saúl - Crítica Digital

Costumbrismo con la represión como paisaje

La mirada sobre el mundo de un chico de ocho años que vive en un barrio en la ciudad de Santa Fe, durante los primeros años de la dictadura militar. O más bien, los cambios que atraviesa durante un año, que no son pocos. Eso es lo que construye la historia central de la primera película de Daniel Bustamante, un relato acerca de cómo vivió cada generación los años de la dictadura, sobre todo la de este Andrés. Sin embargo, la película quiere dejar en claro que prefiere ser un film de contemplación antes que “político”. Uno de cómo influye el mundo de los adultos en el infantil. Quizá porque lo más importante es la mirada de este personaje, casi todos los demás están demasiado caracterizados y explicados; cada acto y palabra en la película los define, lo cual, por otra parte, es una gran contra, porque así todo el peso del film recae sobre el pequeño actor, Conrado Valenzuela, que sin embargo lleva con increíble maestría semejante responsabilidad.

Andrés vive con su abuela en el barrio donde funciona un centro de detención clandestino, y el chico entabla relación tanto con el represor jefe como con un amigo “subversivo” de la madre muerta. Y tiene una particular relación de amor-odio con su abuela y con su padre. Pero aunque todas las relaciones se apoyan en el personaje del chico, el énfasis en el relato costumbrista, en la película de drama familiar, lleva a estereotipar las reacciones de cada personaje ante lo que sucedía en esos años. “Yo no vi nada”, dice el de Aleandro, la abuela del chico, después de presenciar junto a su nieto una golpiza en la calle por parte de represores. Contra el estereotipo, no puede ni la potencia de la mirada de Andrés.