Amour

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

Un Hombre… y Otra Mujer

Después de su paso por Cannes, Nueva York y cuanto festival se cruce en el camino, seguir discutiendo los atributos del último film de Michael Haneke se hace redundante. Sorprende, que haya tenido tanta repercusión acaso, en Estados Unidos, donde fue nominada al Oscar en ambas categorías como Mejor Película y Mejor Película Extranjera (representando ridículamente a Austria, cuando es netamente francesa), su director, su intérprete femenina, y su guión original, el cuál no es demasiado original, y, posiblemente, sea el menos original de la filmografía de su realizador.

Lo primero que puedo acotar, es que habiéndose realizado seis años atrás una obra similar, tan sutil, bella y excepcionalmente interpretada como Lejos de Ella, que era un poco más clásica y convencional en su concepción pero cargaba con un hermoso lirismo y sensibilidad – gran trabajo tras cámaras de Sarah Polley – Amour es un film que no debería sorprender tanto por su temática.

Sin embargo, en su tratamiento, Haneke impone su estilo desde principio a fin: ya sea por su frialdad, escepticismo, ausencia de elementos ajenos a la narración para generan emoción, su discurso seco y directo; o su estética visual: extensos planos fijos, escenas secuencias, cortes abruptos sobre el eje de cámara, fotografía barroca, elección musical incluso.

Tampoco queda afuera, una sutil y no tan importante, pero relevante igualmente, crítica a la burguesía, la manera en que las noticias actuales van entrando en el mundo de los personajes, o una completa crítica acerca del abandono de las generaciones jóvenes con sus padres, o con los ancianos. Una total ceguera sobre enfermedades y miserias cotidianas, que Haneke desnuda a través del patético personaje que le tocó en suerte a Isabelle Huppert, musa del realizador.

Haneke despoja al relato de efectismo lacrimógeno mostrando a un personaje que aún siendo sensible puede reflexionar acerca del absurdo de las ceremonias y ritos religiosos en los entierros, cuya frialdad para enfrentar el deterioro de su mujer lo antepone a la emoción, y por eso Huppert queda reducida a una caricatura sensiblera, en donde el director apunta sus filosos dardos para demostrar la superficialidad e hipocresía de los nuevos burgueses, que no son cultos, sino materialistas; que no se preocupan por sus semejantes, a menos que estos los ataquen de alguna forma. En este sentido Haneke muestra la crisis inmobiliaria y le da un contexto afín, común, normal.

Pero el centro de la historia no pasa por la relación de Georges con su hija, sino con su esposa, la manera en que la paciencia se va transformando en incertidumbre y violencia. Mientras Anne realiza una involución y deterioro físico, él sufre el mismo síndrome a nivel emocional. Y sin embargo, aún con esa imprevisible pero coherente descarga de violencia, no se puede dejar de analizar que Haneke quiere hablar de un amor puro, de un amor que trasciende valores morales, un amor que es indemne al dolor.

El realizador quiere demostrar a sus seguidores que esta vez eligió personajes comunes, y por eso nos los presenta en un cine/teatro, similar (según imagina) al del espectador, y así como cada persona es una más de una multitud, Georges y Anne, son una pareja más que puede figurar entre el mismo público del film. Así como en la última escena de Caché (escondido) el director recorta personajes dentro de un plano general, y apenas los consigue destacar sobre el resto. La presentación de ambos sigue en una progresión paulatina de los tamaños de planos y espacios por donde circulan. Después de este comienzo inspirado, Haneke decide no moverse del departamento del matrimonio, el cual desde un principio parece haber sido forzado y abierto misteriosamente. La muerte, el olor a muerte ronda en el espacio, y a pesar de todo es una trabajo optimista, positivo, acerca de un amor que va más allá del duelo.

La química que se genera entre los intérpretes, Emmanuelle Riva y Jean-Louis Trintignant, es completamente verosímil y naturalista. Sin embargo, cuando la enfermedad se empieza a interponer, la actuación de Riva se limita a un increíble trabajo físico, que está bien reconocido por la Academia, aunque el verdadero protagonista, debido a su imponente y empático trabajo emocional, basado en la represión de acciones y sentimientos, de miradas, de austeridad y laconismo que es típico de su personalidad, pero a la vez cierta calidez y transmisión de amor real es Jean-Louis Trintignant. El protagonista de El Conformista, Rouge y Un Hombre y una Mujer es un monstruo. Su compasión y preocupación por Anne, consigue momentos de tensión extrema, gracias a la actuación del protagonista. A los 82 años es admirable el estado mental y la fuerza física que requiere el personaje. Y Trintignant, una de las máximas leyendas del cine francés, cumple con las expectativas de Haneke, convirtiéndose en un personaje de carne y hueso, espiritual y creíble.

Ninguna situación, forzosa o de riesgo, es creada para provocar un efecto. Incluso aquellas escenas que denotan cierta crudeza en el tratamiento narrativo, como la degeneración corporal o la demencia senil, tienen una base real e identificable.

Justa ganadora de la Palma de Oro en Cannes Amour nos muestra nuevamente el talento de dos artistas completos, versátiles, de personalidad y carácter. Un actor y un director, que confluyen en esta reflexión sobre la familia, las mujeres, los hombres, la vida y la muerte, las enfermedades y el miedo a la soledad. Un hombre que ha logrado expresar su cinismo y visión del mundo – y ahora muestra un perfil un poco más sensible - en forma única a través de la cámara; y un intérprete que logra borrar los márgenes entre actuación y poner realmente el cuerpo a un personaje.