Amour

Crítica de Rodolfo Bella - La Capital

Como la vida misma

En 1997 Aleksandr Sokurov intentó capturar el dolor, la impotencia y los esfuerzos de un hijo por acompañar la muerte lenta de su madre. Aquel filme se llamó lacónicamente “Madre e hijo”. Un poco más cerca, Terrence Malik con “El árbol de la vida” imprimió lirismo y delicadeza al mismo tema. Ambos filmes llegan a conclusiones similares con procedimientos diferentes: aceptar lo inevitable, algo que la inconsciencia da la juventud presenta siempre como ajeno y lejano. El austríaco Michael Hanecke vuelve a perturbar, una vez más, con un tema revulsivo en “Amour”. Ya lo había hecho en “Caché” o “La profesora de piano”, basado en una novela de su compatriota, la también tortuosa premio Nobel Elfriede Jelinek. ¿Y con qué intenta escandalizar ahora el director? Con el frío, desolado y por momentos morboso relato de la lenta y lacerante (para quien la padece y para quien asiste a ella como testigo impotente) corrupción del cuerpo, el lenguaje y el discernimiento de una mujer enferma. El esposo intenta confortarla como puede en la agonía y en las humillaciones cotidianas provocadas por su condición. Ambos están magistralmente interpretados por Emmanuelle Riva y Jean-Louis Trintignat. En este trabajo, que ganó el Oscar a mejor película extranjera, se destaca la pericia técnica, la elegancia formal y la sobriedad de la puesta en escena. Es un filme que, a pesar de sus convenciones sobre la vejez, los roces parentales y su ambición revulsiva, funciona como el espejo de un desenlace que, por mucho que Haneke lo intente, ni el amor más estoico jamás podrá evitar ni consolar.