Amour

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Ceremonias de una despedida

El director austríaco Michael Haneke evidentemente posee una sólida formación intelectual, que abreva en las tradiciones más profundas del europeísmo, lo que transmite a través de su mirada y expresa mediante el cine. Una formación que incluye filosofía, arte, drama, esa combinación de ideas, ética, belleza y conflictos humanos, muy característica de la cultura centroeuropea. Hay una insoslayable gravedad en los temas que toca: el amor, la enfermedad, la crisis espiritual, la vida, la muerte... nada del otro mundo, pero ¿por qué para algunos la vida parece deslizarse por caminos, aunque azarosos y no carentes de peligros, superficiales, y para otros, la experiencia vital parece un deambular por los territorios casi insondables y recónditos del alma?

En “Amour”, Haneke relata el proceso de decadencia previo al final inevitable de una relación amorosa que se ha mantenido indestructible hasta el último aliento. Georges (Jean-Louis Trintignant) y Anne (Emmanuelle Riva) conforman una pareja de ancianos, profesores de música clásica ya jubilados, viven en un confortable apartamento plagado de libros, cuadros y objetos que hablan de un gusto culto y refinado. Son dos intelectuales que han compartido más que una vida en común. Tienen una hija, Eva (Isabelle Huppert), quien también se dedica a la música y está casada con un concertista exitoso. Georges y Anne viven en París, mientras que Eva y su marido están radicados en el exterior.

“Amour” muestra de manera descarnada el proceso de deterioro que va sufriendo Anne a partir de una enfermedad vascular que va minando paulatina, pero implacablemente, sus movimientos y también su psiquis. Georges, que también padece algunos achaques, asume con valor y determinación el cuidado de su esposa, su compañera de toda la vida. Anne es pudorosa y no le agrada que la vean en el estado en que está. Por eso, le pide a Georges que no vuelva a internarla y tampoco acepta con agrado las visitas en casa, ni siquiera la de Eva.

El anciano esposo tiene que lidiar con infinidad de desafíos como la atención del hogar y también de la enferma. Su rutina se ve completamente alterada. Contrata enfermeras, que duran poco, mientras Anne va progresivamente decayendo.

La cámara de Haneke muestra planos fijos del apartamento, con sus muebles distinguidos y sus abarrotadas bibliotecas, el silencioso piano de cola, y a los dos ancianos intentando conservar aunque sea un hálito de sus costumbres habituales, en medio de objetos que recuerdan todo el tiempo la enfermedad, apoyados en el aparentemente incorruptible afecto que se tienen.

Las cosas se van complicando cada vez más y el clima se va volviendo agobiante. Anne no solamente queda postrada en la cama, sin poder movilizarse, sino que ya no puede casi ni hablar, no quiere alimentarse y sus constantes quejidos atormentan a Georges.

“Amour” es una película de un realismo cruel y poético a la vez. Acerca al espectador un drama que no es extraordinario, es algo muy frecuente en la vida real, una situación por la que pasa infinidad de gente en el mundo. Un drama íntimo, que pone a prueba los valores, los sentimientos y puede llevar a los que lo sufren a tomar decisiones extremas, que solamente se explican en el contexto de un estilo de vida, de una forma de entender las cosas, las relaciones, el sentido de la existencia y de la muerte.

Dura, cruel, implacable, la película de Haneke reúne a grandes talentos del cine francés como son Trintignant, Riva y Huppert, quienes están impecables en sus difíciles papeles, eludiendo los golpes bajos y la sensiblería, en un film en el que la soledad parece ser la gran protagonista.