Amour

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

El amor, tercera parte

El cine de Michael Haneke podrá gustar o no, pero a nadie le resulta indiferente. Y Amour, ganadora, entre otros premios, de la Palma de Oro, y candidata a cinco Oscar, es una de sus creaciones más intensas. Muestra, en el ocaso de su vida (con Haneke en la plenitud de su carrera), a una pareja de profesores de piano con los mismos brochazos de brutalidad que aplicaba la pareja de psicópatas en Funny Games, temprana obra que el director austríaco tiró como bomba en el Festival de Cannes de 1997. Pero lo que en aquel film resultaba inesperado, perturbador (¿por qué una familia debía ser asesinada con tanta saña?), hoy resulta conocido, predecible; un seguidor promedio de Haneke imagina de qué va Amour con sólo ver el póster.
El director aplica aquí la misma lógica que en Funny Games (y en toda su filmografía, por supuesto): la sociedad que produce individuos desviados es indiferente al dolor, especialmente al de los ancianos, los que ya no cuentan. No por conocido el mensaje es menos descarnado y Amour, en tanto obra de arte, se regodea en recursos de producción. La cinta se desarrolla en interiores, con algún plano fijo y predominancia de tonos ocre, mientras la música (sabia elección del director) es un elemento ausente; sólo aparece cuando los profesores o su avanzado alumno tocan el piano. El resto es la genialidad de Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva (recordada protagonista de Hiroshima mon amour) para representar a una pareja en franca descomposición, con sutileza de escultor para alumbrar gestos, miradas, llanto. En ese deterioro, retratado impiadosamente, Haneke hasta inocula cierto suspenso que invoca a la “Trilogía del apartamento”, de Polanski. Es la única concesión de un retrato austero, existencial.