Amour

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Ante el final de la vida

Finalmente llega la ganadora de la Palma de Oro en la última edición del festival de Cannes, y ahora favorita al Oscar en cinco categorías, incluyendo mejor película extranjera.

Con el habitual rigor de toda su obra, pero ciertamente alejado del tono de sus films anteriores, Michael Haneke se interna en la intimidad de un matrimonio de ancianos en el último tramo de sus vidas, una relación amorosa de décadas que se mantiene hasta el final.
La película –Palma de Oro del Festival de Cannes y gran favorita al Oscar a la mejor película extranjera–, filmada casi en su totalidad en un piso parisino, comienza con los bomberos entrando al departamento para descubrir el cadáver de una anciana. Inmediatamente, el relato es un largo flashback que muestra la vida de Anne (Emmanuelle Riva) y George (Jean-Louis Trintignant), profesores de música retirados, tan independientes como autosuficientes, que reciben las esporádicas visitas de su hija Eva (Isabelle Huppert), concurren a conciertos y si es necesario, cuentan con la ayuda de el matrimonio de caseros del edificio. Ese ritmo apacible se rompe cuando Anne comienza a mostrar los primeros signos de Alzheimer, que da paso el inevitable deterioro físico y mental hasta que ni siquiera puede hablar.
Sin ninguna duda, Haneke es reconocido como uno de los grandes directores contemporáneos, responsable de obras extraordinarias como La cinta blanca, Caché: Escondido y La pianista, sólo para mencionar algunas, y una de sus características más distintivas de su trabajo es cierta frialdad y distancia para tratar los temas que lo obsesionan como la violencia, la indiferencia de la sociedad, el egoísmo y el dolor. Sin embargo, Amour es otra cosa. Si bien el director austríaco mantiene su mirada gélida al retratar un drama doméstico como es el deterioro de Anne, el relato, terrible, devastador y agobiante, tiene momentos luminosos y de una cotidianidad asombrosa, por supuesto, con una puesta sobria que no hace más que resaltar esas pequeñas chispas de felicidad de esa pareja de ancianos (extraordinarios Trintignant y la hermosa Riva), dispuesta primero a defender hasta el último momento su condición de individuos pensantes, dueños de su vida y sobre todo, a hacer valer su relación, un amor que no admite terceros, ni siquiera de su hija Eva. El personaje interpretado por Huppert, que apenas tiene unas pocas escenas, es clave en la historia, porque es el lazo afectivo con el exterior de esa casa, de esa relación de décadas, pero además –estamos hablando de Haneke, claro–, muestra la complejidad de las relaciones y entonces, Eva es la hija pero también es la persona delante de quien hay que reafirmar los principios, el de dos viejos y su derecho a decidir su destino, cómo y cuando quieran. Sin interferencias.