Amores infieles

Crítica de Horacio Bilbao - Clarín

Entre la culpa y la mentira

Una historia complicada para tratar temas complicados, y todo el entramado supeditado a un dudoso fin.

Un relato principal y dos secundarios se entrecruzan insidiosamente en Amores infieles, la pretenciosa historia del canadiense Paul Haggis. Michael (Liam Neeson) es un escritor obsesivo y manipulador que tiene un Pulitzer en su haber. Su cuentito, el principal, transcurre en París, con Michael ejerciendo su inverosímil arte de escribir (Neeson necesita acción). Escribe y supedita su vida a esa escritura. Una vida de hotel con su amante escritora, sexo desenfrenado y su familia a la distancia, alentándolo a escribir a sabiendas de su traición, a cualquier precio.

De París saltamos a Roma, donde Scott (Adrien Brody), que roba diseños de ropa para los talleres clandestinos, despotrica contra los tanos por su latinidad. Hasta que una bella gitana le cruza su cuerpo y mirada en un bar y el embaucador queda prisionero de una mujer que debe juntar dinero para rescatar a su hija. El también tiene un hijo, que le manda videomensajes desde algún lugar mientras se pierde en su historia gitana.

La tercera subtrama transcurre en Nueva York, aunque Julia (Mila Kunis) podría estar en París, de hecho sugiriendo cierta interacción con el escritor y su amante (Olivia Wilde). Julia, acusada de intentar matar a su hijo, lucha por conseguir un régimen de visita.

Suponiendo que el espectador supere la primera hora de película, plagada de símbolos, números y palabras clave que conectan una historia con otra, de hombres y mujeres histéricos, sumergidos en sus propios simulacros, con niños que van apareciendo por su ausencia, la historia empieza a cuajar.

La culpa, la mentira y una duda central, la necesidad de vivir a través de los otros: creer en alguien, confiar en alguien, es cada vez más difícil. Pero hay muchas preguntas, entre otras: ¿qué es la fidelidad?