Amores de diván

Crítica de Andrés B. Pohrebny - El rincón del cinéfilo

El cine checoslovaco tiene su prehistoria que se remonta a l840 con algunos inventos de Juan Evangelista Purkyne. A fines de 1896 Praga conoce el cinematógrafo de los hermanos Lumière. Jean Krizenecky fue su primer pionero cuando en 1898 rodó sus primeras realizaciones con motivo de la exposición de arquitectura y técnica celebrado en Praga. De allí en más cuenta en su haber con una larga y rica trayectoria que en la Argentina lamentablemente es desconocida, salvo algunas obra de Jiri Menzel, Karel Kachyna –quien visitó nuestro país en dos oportunidades-, Jiri Weis, Frantisec Vlacil – premiado en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata en 1968 ó 1970), y alguno pocos más cuyos nombres se me escapan en estos momentos.

Se trata de una cinematografía que responde a una cultura bien definida a través de una producción importante y de reconocida calidad artística por sus méritos formales, exquisito tratamiento estético y profunda reflexión humanística. Entre los géneros que suele abordar se encuentra la comedia en sus distintas variantes, con realizadores como Menzel (“Alondras en un alambre”, 1969, “Mi dulce pueblito”, 1985, “Yo serví al rey de Inglaterra”, 2006, Milos Forman (“Al fuego bomberos”, 1967), Vojtch Jasny (“Un día un gato”, 1963) o Oldrich Lipsky (“Joe Cola Loca”, 1964).

Desconectados con la producción checa, circunstancialmente nos encontramos con “Amores de diván”, comedia con un sentido del humor que nos es distante, pero aun así comprendido por los espectadores cuando entran en el juego que nos propone.

En este caso la narración esta centrada en uno de los problemas del protagonista, quien no despierta mucha empatía ni mucha antipatía cuando se supone debería generar ambas cosas. Frantisek es psiquiatra y mujeriego, que como consecuencia de sus andanzas, y la venganza urdida por una antigua amante, pierde el empleo en el centro de salud donde trabaja y simultáneamente también a la esposa. Frantisek encuentra refugio en la casa de su madre, quien le recomienda le pida trabajo al hermano, aunque sus relaciones no sean buenas, que tiene una escuela de conducción de vehículos, lo que le proporciona oportunidades a Frantisek para conocer a alumnas que activan su accionar de mujeriego empedernido. De cuanto le acontece él es único culpable. En suma es una historia sobre corazones rotos, el abandono y los reencuentros, personas dañadas por las relaciones y sobre la gente que se hace daño entre sí, lo difícil que es comprometerse, y de los sufrimientos que algunas rupturas acarrean. Todo desarrollado con un humor que en algunos momentos acentúa una mueca ácida.

Las aventuras y desventuras del protagonista son adecuadamente articuladas en el guión, cuya trama tiene un buen desarrollo audiovisual plasmado por Jan Prusinovsky con buen tino en su ópera prima en largometraje, contando con apropiada técnica y buen nivel interpretativo.