Amor sin límites

Crítica de Claudio D. Minghetti - La Nación

Neil Jordan, ahora entre la realidad y la fantasía

Syracuse es un solitario pescador irlandés que trata de sobrevivir echando redes en aguas turbulentas. Un buen día, entre peces y cangrejos, levanta a una joven y atractiva mujer en fuga, no se sabe de quién, que le pide refugio y en especial escondite a prueba de extraños. Con su misterio a cuestas, ella entona melodías, mientras él inventa un cuento, que en verdad se trata de una sirena y que con su presencia cambiará su suerte.Syracuse está divorciado de su esposa, no obstante sigue conviviendo con su pequeña hija Annie, que padece de insuficiencia renal. La niña hace propia la idea de que la mujer que se ha cruzado en sus vidas es realmente un personaje mitológico, pero que les devolverá la felicidad sólo por un tiempo, y deja crecer el relato de su padre. Nada es tan simple como parece y así el paisaje que los rodea se ilumina tanto como se oscurece, porque la verdad, de a poco, pone las cosas en su lugar.

Neil Jordan, además de ser un prolífico escritor, es un director con un singular talento para los encuadres y para encontrarles el tono dramático justo a sus relatos bien diversos. Así lo demostró hace dos décadas con El juego de las lágrimas y con obras posteriores, como Entrevista con el vampiro y la no estrenada aquí El niño carnicero . Sin embargo, en las últimas obras que de él se conocieron aquí repite una misma debilidad: la falta de ajuste en la resolución de sus planteos.

Si bien la historia de Ondine (título original que refiere a una leyenda germánica sobre la diosa del agua que los celtas incorporaron a su folklore como selkies, focas que toman formas humanas) tiene una fuerte y bien presentada carga poética y dramática, cuando comienza a ser reiterativa Jordan pega un volantazo tanto en historia como en ritmo, logrando que las piezas terminen encajando y la trama encuentre un desenlace realista, posible aunque demasiado convencional para lo que suponía lo visto en principio.

No obstante el camino zigzagueante elegido por Jordan, hay varias cuestiones -técnicas y artísticas- que suman valiosos puntos a la propuesta. Por un lado, el mencionado trabajo de cámara, al que inevitablemente se suman el fotográfico del australiano Christopher Doyle; los hipnóticos temas musicales de Kjartan Sveinsson, y muy en especial los trabajos actorales tanto de Colin Farrell como la sensual Alicja Bachleda y la pequeña Alison Barry, así como el de Stephen Rea (fetiche de Jordan), esta vez un singular cura pueblerino.