Amor sin escalas

Crítica de Santiago Armas - ¡Esto es un bingo!

Ayúdate a ti mismo

Con su tercer largometraje luego de Gracias por fumar y Juno, Jason Reitman, hijo del director de Los Cazafantasmas Ivan Reitman, parece haber encontrado un estilo bien definido, trabajando con guiones precisos, en donde el poder de los diálogos punzantes y estilizados cobra fuerza dentro del relato sobre todo para definir a cada uno de sus protagonistas. Reitman en los tres casos utiliza la voz en off para meterse de lleno en la cabeza de sus protagonistas, y para que veamos desde el punto de vista de ellos su visión del mundo y las relaciones que establecen dentro de él, ya sea trabajando de lobbysta en una compañía de cigarrillos o como una adolescente embarazada de 15 años.

Ryan Bingham (George Clooney), al igual que Nick Taylor, el protagonista de Gracias por fumar, se gana la vida haciendo un trabajo despreciable, el de echar empleados de grandes empresas por encargo. Y para ello se vale de su mejor arma, la palabra. Bingham no cree en el termino “despedir” sino más bien en “dejar ir”, y pareciera no creer que le haga un mal a las personas a las que echa, sino que lo ve como una oportunidad para ellos de cambiar sus futuros, de empezar desde cero. Este trabajo además le permite llevar un estilo de vida con el que se siente cómodo, viajando en avión constantemente y manteniendo relaciones casuales y sin ningún tipo de compromisos con las mujeres, como lo hace con Alex (Vera Farmiga). Que George Clooney interprete a Bingham no es casualidad. Con su carisma y elegancia propios de un Cary Grant moderno, es difícil no ponerse de su lado, aunque sepamos como espectadores que sus actos a lo largo del film no sean de lo más dignos que digamos.

Hay dos líneas narrativas definidas dentro de Up in the air. La más personal (y más lograda) tiene que ver con el mundo particular de Bingham, en donde conceptos como la familia y las conexiones con otras personas no tienen cabida dentro de su entorno, hasta que el guión lo ponga frente a situaciones en donde deberá inevitablemente repensar su posición. Es aquí donde tanto la trama, como la dirección de Reitman y sobre todo la actuación de Clooney logran su mayor lucimiento. Es genial ver la soltura y la gracia con la que Ryan interactúa con Alex (“Soy como vos pero con una vagina” le dice ella) o la relación maestro-alumno que mantiene con Natalie Keener (Anna Kendrick), la nueva joven empleada de su empresa que ideó una forma de despedir empleados mediante videochat, amenazando así con destruir el preciado estilo de vida de Bingham.

Es en el relato mayor en el que Reitman intenta darle cierto aire de contemporaneidad política a la película en donde más se resiente el film. Al entrelazar la trama de Bingham con testimonios a cámara de gente que acaba de ser echada de sus trabajos (situando al film en un marco político propio de la crisis financiera actual de EE.UU.) el director pareciera querer contar una historia aun más “importante” que la que está actualmente contando. Es cierto que se puede establecer cierto paralelismo entre un hombre que, a la vez que vive desconectado del mundo, se dedica al mismo tiempo a desconectar a las personas de sus trabajos. Pero esa relación pareciera estar forzada dentro del guión en algunos casos, aunque lleve a algunos momentos brillantes como una notable escena entre Clooney y el gran J.K. Simmons y otra con el comediante Zack Galiafinakis.

Hacia el final de la película, cuando Ryan pareciera haber hecho un giro de 180º con su persona, Reitman no emite juicio alguno sobre el protagonista, llevándolo así al terreno de la ambigüedad moral. No sabemos si Bingham va a intentar cambiar su vida o si va a quedar eternamente condenado a los aeropuertos y las habitaciones de hoteles cuando lo vemos al final mirando los horarios, las fechas y los lugares en el tablero electrónico de un aeropuerto, y él tampoco lo sabe. Lo mismo se puede decir de la carrera de Jason Reitman en algún punto. Su cine por momentos busca el clasicismo masivo propio de un film de Cameron Crowe o Hal Ashby, mientras que ciertas decisiones estéticas como los temas musicales lo acercan más al territorio indie de un Wes Anderson o un Alexander Payne. ¿Qué vuelo final tomará el director, el de la solidez como narrador (que sin dudas la tiene) o el del cine de “mensaje”? Es difícil saberlo ahora, pero por el momento los vuelos parecen llevarlo a buen destino, aunque a veces haya algunas turbulencias en el camino.