Amor sin escalas

Crítica de Laura Gehl - Cinemarama

La vida y todo lo demás.

Up in the air (no voy a dignificar aquí el horroroso e inadecuado título que tan irresponsablemente le estamparon por estos lares) habla de mucho: el egoísmo narcisista, la banalidad (representada en una tarjeta de pasajero frecuente), la soledad, el hedonismo, la familia, la economía, el impacto de ésta en la sociedad y en la cultura del trabajo; habla del amor, del sexo, del sexo sin amor, de la compañía: de las relaciones humanas en general. Ryan trabaja en una empresa que despide gente en aquellas otras empresas con gerentes de poco coraje o nulo interés en sus trabajadores; para eso, viaja por todo el país acumulando millas en la principal línea aérea y sumando puntos de pasajero vip en lujosos hoteles. La vida de Ryan es repetitiva y metódica (bastan un par de escenas para ejemplificarlo) y, aparentemente –solo aparentemente–, vacía o solitaria, aunque ni un rasgo en él hagan pensar que de alguna manera esa forma de transcurrir sus días le resulta pesada, patética o siquiera que la lamenta de alguna manera. Sino más bien todo lo contrario, Ryan disfruta habitar aeropuertos y hoteles, disfruta de su vida, aun cuando eso implica llevar a cabo una tarea tan particular (por no decir espantosa) como es la de echar a una persona de su trabajo. Sí, hay crítica al capitalismo salvaje y la economía actual, pero esa lectura me parece la menos atractiva.

En cambio, me atrae la mirada que Reitman nos propone, en la figura de Ryan, sobre la soledad y la familia y sobre cómo nos relacionamos, o sobrellevamos a ambas, y sobre cómo, a partir de pequeñas situaciones que en la superficie pueden parecer limitadas en su planteo, nos dice tanto de la vida en general. Ryan hace de su soledad una profesión: habla en seminarios motivacionales acerca de sacarse el peso de una mochila de cosas y relaciones, la soledad es sinónimo de libertad, de movimiento. Una doctrina que él practica convencido, en constante desplazamiento. Cuatro mujeres, sin embargo, van a poner en jaque su movediza estabilidad y su discurso: la joven sicóloga que plantea cambios en las formas de despidos, atenta con su estándar de vida y amenaza con mantenerlo quieto en un lugar que para él es sinónimo de decadencia y hastío. Sus hermanas, una casada a duras penas y pilar familiar; la otra, a punto de casarse. Ésta tiene un encargo pre-nupcial bastante ridículo (tanto como el sueño de acumular diez millones de millas por el solo hecho de obtener una tarjeta), ese encargo (tomarle fotos en distintos lugares a un póster de cartón de la feliz pareja, cual enano de Amelié, que contrasta con la idea de la soledad para moverse) pareciera ser lo máximo que Ryan puede hacer por su hermana, casi una desconocida. Y por último, Alex, una extraña y seductora mujer que se presenta como la versión femenina de sí mismo y con la que planea encuentros desinteresados y apasionados en distintos destinos, incluida la boda de la hermana.

Esta concepción de la mujer como elemento desestabilizador, no obstante, no se plantea desde el desdén por el género sino todo lo contrario; cada una con su realidad a cuestas, imperfecta y noble, funciona como un estímulo para sacudir la cómoda modorra de Ryan, ya sea para convencer a alguien de hacer lo que él es incapaz de enfrentar o para enfrentar aquello sobre lo que no tiene certezas. Estas cuatro mujeres hacen carne el germen del descubrimiento de emociones que hasta ese momento Ryan, por decisión propia o incapacidad, poco importa, tenía vedado pero que tampoco llevaba con pesar. No hay enseñanza de vida ni moraleja, hay hallazgos y momentos felices y otros no tanto.

Up in the air disecciona a Ryan sin emitir juicios de valor, lo desnuda y lo transforma sin sacar conclusiones ni levantar el dedo, en él nos muestra la soledad y la compañía bien llevadas, no hay blancos o negros, la vida está plagada de grises y no siempre tiene un final feliz. No siempre sabemos lo que queremos, pero aun así vamos en busca de algo, no siempre el amor es sublime, a veces nos cierra la puerta en la cara y no es el fin del mundo. A veces la vida (a pesar de esa torpe y lamentable escena con los despedidos hablando a cámara, como si intentara tranquilizarnos de alguna manera) nos patea el culo. Y en eso no hay pesimismo sino realidad.