Amor sin barreras

Crítica de Ignacio Rapari - Cinergia

Una remake con alma propia

Amor sin barreras (West Side Story), la nueva versión de la obra de Broadway y la aclamada película de 1961 dirigida por Robert Wise y Jerome Robbins (ganó nada más ni nada menos que 10 premios Oscar) es traída de regreso de la mano del legendario Steven Spielberg.

En tiempos donde abundan las franquicias poderosas, secuelas, reinicios y remakes podría decirse que lo que escasea es la creatividad. No obstante, la inspiración no se limita únicamente a las ideas originales sino también a las interpretaciones de contexto y las ejecuciones. Mientras hay reversiones que lejos terminan de haber sido una buena idea como Psicosis (Gus Van Sant, 1998) o El día que la tierra se detuvo (Scott Derrickson, 2008 -la primera película de esa nefasta remake fue dirigida por el mismísimo Robert Wise-) otras, en cambio, terminan funcionado tan bien que acercan al nuevo público a sus antecesoras y hasta las terminan opacando, casos tales como La Cosa (John Carpenter, 1982) o Cabo de miedo (Martin Scorsese, 1991).

Tal como podía esperarse tratándose de Steven Spielberg, el relanzamiento de Amor sin barreras terminó contando -en sus manos, claro está- con varios motivos que lo hicieron oportuno. La rivalidad entre la pandilla de los Jets (liderada en esta ocasión por Mike Faist) y los puertorriqueños Sharks (comandada por el magnético Bernardo de David Álvarez, actor y bailarín canadiense y descendiente de cubanos, a diferencia del actor y bailarín original, George Chakiris), sin necesidad de alteraciones, continúa siendo un relato anti odio totalmente actual, puesto que la xenofobia desmedida también continúa siéndolo. Dicho sea de paso, la película de Wise resultaba aún más impactante en ese aspecto, ya que cierta inocencia que presentaban los personajes en su inicio luego desaparecía por completo para dar paso a lo trágico. En cambio, la versión de Spielberg ya presenta desde un principio personajes que, para los que conozcan la historia, se asocian desde el vamos a los tonos del final.

En cuanto a la historia de amor entre el ex integrante de los Jets, Tony (Ansel Elgort) y la hermana menor de Bernardo, María (Rachel Zegler, la gran estrella de la película) hay una mayor contención en los personajes, que sin olvidarse de la esencia que requiere un musical, no cuentan esta vez con interpretaciones tan melodramáticas como las del film original, y de allí proviene uno de los grandes hallazgos de Spielberg, tanto en ese como en varios aspectos más de la nueva Amor sin barreras. Sin alterar prácticamente nada respecto al clásico de Wise y Robbins, el director se permite diagramar distintos tipos de modificaciones que significan un manual de como (re) trabajar un clásico. Por ejemplo, pequeñas pero acertadas adiciones de guion, como el conflicto urbanístico que afronta el barrio y que le da un mayor nivel dramático a la disputa territorial a de las pandillas, el pasado presidiario de Tony, circunstancia que lo inhibe más de regresar al mundo de violencia en el que viven los Jets o el cameo de Rita Moreno, la Anita de la obra original, interpretando otro importante papel, ahora sin ser sometida al infame whitewashing.

De igual manera, las secuencias musicales no siempre transcurren en el mismo orden del film de los sesenta (el clásico “I Feel Pretty” y “Cool” son llevados a cabo con una maestría notable y -perdón- hasta superadora) y, aunque la banda sonora de Leonard Bernstein continúa intacta, posee mínimas modificaciones que permitieron modernizarla. También hay varios contrastes de puesta en escena que resultan más que atractivos y van en consonancia con ese tono más adulto que quiso atribuirle Spielberg a su obra, desde cierta decadencia estética del Upper West Side -casi símil por momentos a la de una locación postguerra- hasta la más oscura fotografía de Janusz Kaminski, habitual colaborador del director.

Pero lo que sobran son motivos sociales para reestrenar Amor sin barreras. No es un tema que circunscriba a la idea de lo políticamente correcto o a la cancelación (de hecho, el realizador de E.T. y Jurassic Park aclaró esta cuestión, apartándose de lo que conlleva la era woke), sino de lo que realmente corresponde, entendido en este caso como una deuda con el pueblo puertorriqueño. Desde ya, no parecería muy descabellado que una de las historias teatrales más reconocidas en lo que a conflictos raciales respecta tenga a una pandilla de puertorriqueños interpretada por actores con raíces latinas y no por norteamericanos, ¿no?

La cuestión no trata por ver que versión de Amor sin barreras es mejor, ni aborrecer al clásico de 1961 por sus decisiones de casting, propias de un contexto bastante distinto al de hoy. El foco debería estar puesto únicamente en celebrar que figuras como la de Steven Spielberg continúan vigentes y con o sin ideas originales, siguen revolucionando la pantalla grande en cada uno de sus ansiados regresos.