Amor de madres

Crítica de Marina Yuszczuk - ¡Esto es un bingo!

Un buen chirlo

Empiezo con una provocación: Rodrigo García es muy, muy bueno para filmar ciertas situaciones con economía y con realismo, y también delicado en su manera de sugerir toda una historia a partir de detalles. En Amor de madres (bueno, el título telenovelesco que se superpone al más sobrio Mother and child tal vez hace honor a lo que después voy a decir que no me gusta de la película), la forma de plantear la relación entre Karen (Annette Bening) y su madre enferma es brillante: hay un tironeo, una lucha de poder entre las dos, como suele pasar entre madre e hija y sobre todo entre una madre y una hija que ya es también mujer. Esa lucha está plasmada en una conversación muy breve, más cotidiana imposible, en la que Karen le dice a la madre que va a despedir a la mujer que la atiende y la madre, ofendida, se da vuelta en la cama y le dice obstinada que no. La debilidad física de la madre ya anciana, la posición más ventajosa de la hija que puede moverse en el mundo y tomar decisiones pero que sin embargo, grande como está, sigue sometida pasivamente al poder de la madre, la dificultad para entenderse y comunicarse que sufren las dos, son todos detalles que tienden a construir una situación posible y dolorosa.

De hecho, mi momento preferido de la película es cuando esa situación estalla, ya muerta la madre. Entonces Karen se entera de que la mamá tenía de confidente a la señora de la limpieza en lugar de a ella (celos, furia), que le había regalado el collarcito heredado de abuelas a la hija de esta señora (entonces Karen no es más que una nena irracional, muerta de rabia), que le había dicho a esta señora que se arrepentía por haberle arruinado la vida a ella, su hija. Y Karen le pregunta llorando a la señora, demasiado tarde como siempre pasa, “¿Por qué no me lo dijo a mí?”. “Creo que te tenía miedo”, dice la otra (entonces, pura tristeza de Karen por lo que ya se no se puede arreglar). Uf, eso es altísimo drama, verdadero, sintético en su forma de condensar una relación doliente que abarca una vida. Perdón por haber contado tanto, pero necesitaba contrastar esos momentos, que en la película son brevísimos, con el todo. Un todo que está hecho, antes que nada, de una acumulación de situaciones de ese tipo que se pretenden abarcativas, como si en esa acumulación se pudiera encontrar cierta esencia de “lo materno” (y por eso hasta me irrita el título en singular de la versión en inglés, “mother”, que parece sustentar esa creencia de que hay algo así como una “Madre”, con mayúscula, y no muchas mujeres que viven la experiencia como quieren y pueden).

Esa esencia está gritada en un plano que es francamente caradura, y que me produce todo el rechazo del mundo en su manera de querer imponer una verdad: la madre de Lucy (Kerry Washington), que acaba de adoptar una bebita después de mucho trajinar, la encuentra desesperada de nervios porque la beba llora y no la deja dormir, reclama todo el tiempo, demanda toda la atención del mundo. Entonces García pone a Kerry de espaldas, hace que su cabecita que queda en las sombras se confunda con la de los espectadores en la sala, y pone a la gran madre de frente para decir algo como “ser madre es esto, crecé, ya no se trata de vos sino de romperte el lomo y poner todo el cuerpo para cuidarla a ella, ¿qué te pensabas que era?”. Bueno. No importa si la mujer tiene razón o no, yo en principio no acepto que se me interpele tan groseramente. Ahí es donde la película quiere ser madre de todos nosotros, y una de las bravas, y lamentablemente sí, se vuelve prepotente y odiosa. Incluso didáctica. Lo coral entonces juega en contra, porque se trata de un coro que –en la aparente pluralidad de sus historias- canta todo el tiempo la misma nota: sacrificio, sacralidad, redención y otras yerbas. Sacrificio: dar todo por el hijo, como nos grita la madraza de Lucy. Sacralidad, al punto que es una monja la que efectúa las transacciones de bebitos. Redención, mucha, y si no vean a esa Elizabeth interpretada por Naomi Watts que se redime por haber puesto una bombacha suya en el cajón de la vecina embarazada mientras estaba teniendo un affaire con el marido de la vecina, bueno, nada menos que con la muerte. ¡Qué lindo que El cisne negro se traiga entre manos una mamá tan diferente! No se pierdan la próxima entrega de los Oscars: hay guerra de mamás en puerta.