Amor de madres

Crítica de Florencia E. González - Leedor.com

La exhibición de la película del colombiano Rodrigo García es un éxito en Mar del Plata y seguramente seguirá el mismo camino en su derrotero comercial. La fórmula funciona: un staff de actrices conocidas, un tema universal y los clichés de un culebrón de la tarde plagado de desencuentros, problemas de filiación, deseos incumplidos, mandatos familiares…un coctel de trascendentales caos íntimos envueltos en un mensaje aleccionador.

Rodrigo García dice indagar en el universo femenino sumergiéndonos en este film de mal gusto, recargado de golpes bajos y sentimentaloides, dotado del consabido sentido moralizante que tiene al género. Sólo que guarda, con su lenguaje simple, buenas actuaciones, un guión clásico, ajustado y bien construido, personajes pegadores y diálogos precisos, una pretensión más compleja. Sin ningún elemento colocado al azar, García compone un melodrama, sí, pero un melodrama que busca algo más. Envolvente y maliciosamente, se va apropiando del discurso que quiere destruir respondiendo con fuertes golpes de efecto, esos angustiantes que dejan de lado cualquier argumento e intentan la identificación inmediata con el espectador.

Tres historias en la ciudad de Los Ángeles focalizan en la relación madre-hija y se fuerzan para confluir en un mismo punto. 1. Una adolescente queda embarazada, tiene a su hija y la da en adopción a través de un internado de monjas antes de cumplir los quince años. Nunca más va a saber de ella. La historia trascurre cuando ya en edad madura su vida es pura amargura. Interpretada por Annette Bening la vemos cuidar amorosamente a su madre quién se encuentra a punto de morir. 2. Como no podía ser otra de forma es la historia adulta de la niña dada en adopción. Una mujer fría, fuerte - Naomi Watts –, aunque sólo en apariencia. Conduce con decisión su vida profesional, hace y deshace con imponente determinación cambiando de ciudad y trabajo constantemente como quién demuestra a cada paso su enorme poder de auto-reconstrucción. En su nuevo trabajo en un bufete de abogados, Samuel L. Jackson será su jefe y también, su nueva conquista. 3. La tercera punta del triángulo es una joven negra “bien” casada que busca incesantemente tener un hijo y como no puede tenerlo biológicamente, va a parar al mismo internado de monjas de la primera historia para poder adoptar un bebé.

Los lugares comunes no son malos, son las reglas del género. El problema es cuando los lugares comunes se travisten de moralina generalizante y presuntuosa que como un tiro siempre da un blanco sensible de nuestro ser. Todos somos o hemos sido hijos, es obvio, y padecimos o tememos por la muerte de nuestra madre. El film apela a eso. Los que tienen hijos, saben del infinito amor maternal sin límites porque “los hijos son la bendición de dios”. El film apela a eso. Los que no tienen hijos pueden imaginar que cualquier sacrificio por un hijo vale la pena. El film apela a eso.

Pero lo que parece ser una película sobre el inmenso amor en presencia o ausencia entre madres e hijas, poco a poco, en las peripecias de sus protagonistas, se convierte en un film que sobrevalora los lazos sanguíneos por sobre cualquier otro lazo. Los personajes se esfuerzan. Así, la tristeza estructural en las vidas de madre e hijas biológicas (Bening y Watts), hace que vivan en espejo. Multiplican problemas de relación, frialdad y desconfianza hacia el prójimo, son esquivas, reprimidas sexualmente o su contracara, extremadamente livianas; ambas vidas están vacías. Una, por la culpa; la otra, por la necesidad de controlarlo todo. Y el motivo de tanta desolación, lentamente tiene una sola explicación: la separación primera.

Mientras la vida del personaje de Bening se recompone y “se da una oportunidad” después de la muerte de su madre casándose con “un buen hombre”, la hija queda embarazada a pesar de haberse ligado las trompas para tener sexo y no descendencia. Es que “La vida se hace camino”, “dios es quién decide sobre la vida y la muerte”. ¿De quién será el hijo? La vimos acostarse con dos. ¿Será del negro viejo de “buen corazón” o del estúpido y manipulable vecino casado? Cuando veamos al el color del bebé recién nacido habrá suspiros en la platea. La cosa es que abandona su vida profesional y de no querer tener hijos, su embarazo se convierte en el centro de su vida. Tanto que pone en riesgo la suya en pos de la del bebé. Tanto que no quiere cesárea a pesar del consejo del médico, “quiero conocer a mi bebé despierta”- dice, aunque en realidad parece pensar, “parir con dolor es ser más madre”. Tanto que su vida termina después del parto. Conocerá fugazmente a su hija negrita pero ya no a su madre.

La idea de sublimar lo genético es reforzada por la historia de la joven negra que no puede tener hijos. Este personaje es el que acciona el mensaje. Ella encarna el discurso de quién no cree que lo biológico sea lo determinante en las relaciones, “lo importante es el tiempo juntos, no los genes”. Para ella la sangre no es lo único “que tira”. Cuando esté frente a frente de la adolescente que le va a dar en adopción su hijo, “confesará” que no cree en dios. La embarazada le pregunta “¿para qué tenerlo si no se cree en algo trascendente?”. El film se ensañará con ella: su madre apenas apoya su decisión, el esposo termina dejándola porque quiere un hijo “verdadero de su sangre” y aunque se involucra hasta el final y asiste al parto de quién será su hijo, la parturienta – negra también como ella – desiste de dar su bebé dejándose convencer por el proverbio de su madre, “Ahora no lo quieres pero con el tiempo lo harás” idea a la que apela por cuando estuvo embarazada de ella. La joven negra también terminará en brazos de su madre, viendo humilladas todas sus convicciones, gritando: “si dios no quiso darme hijos, por algo será…” o “no es natural la adopción”. Aprendida la lección, la vida, dios o el guionista (en este caso, serían lo mismo) se apiada de ella y viene su recompensa: le será dada en adopción la beba recién nacida cuya madre murió después de dar a luz.

García cree cubrir un amplio abanico de las crisis alrededor “ser mamá”: ser mamá siendo niña, no poder tener hijos, decidirse a tener uno, entregarlo en adopción, arrepentirse luego de haber entregado a un recién nacido, abrumarse al no saber cuidar al hijo que llegó y sobre todo, darlo todo por los hijos.

El rol del hombre en esta película es lamentable. ¿Será porque es un film “para ellas”? No sólo quedan relegados de las decisiones que deberían ser también de ellos sino que son ninguneados y esta acción está completamente naturalizada. Son mera circunstancia y se les niega cualquier derecho.

García también se mete con otro aspecto de lo genético: el color de piel. En aparente juego de azar, se coordinan las coincidencias para que el hilo de la historia haga coincidir el color de piel de madres e hijos adoptados o por adoptar.

La dirección de las actrices es excelente, sabe elegirlas y extraerles las profundas emociones que busca en pensados planos cortos que iluminan con intensidad tanto a los papeles secundarios como a los de las protagonistas.

En la secuencia final, las tres historias se encadenan a través de la cámara que acompaña a Annete Benning en su caminata para descorrer la cercanía en que se encuentra la niña, su nieta, hija de su hija que no pudo conocer, ahora adoptada por la joven negra y con quién parece cerrarse el círculo. Esa escena como toda la película está muy bien filmada, es prolija y eficiente. Pero ideológicamente es patética, sutilmente militante de la moral cristiana, de los “verdaderos valores” y de la familia “bien” constituida como base de la sociedad. Sé que no es importante, pero ¿Qué pensará Gabriel G. Márquez de esta película?