Amor de madres

Crítica de Emiliano Román - A Sala Llena

Si querés llorar, llorá.

Evidentemente la feminidad y el supuesto “instinto maternal” es algo que convoca, atrae o quizás perturbe al hijo de Gabriel García Márquez, el director colombiano Rodrigo García. Esta temática es un denominador común en todos sus largometrajes. Aún recuerdo su ópera prima, Con Sólo Mirarte y la intensidad dramática que se vive en la escena en la cual Holly Hunter descarga llantos en la calle cuando sale de realizarse un aborto y se encuentra que está irremediablemente sola.

En Amor de Madres se mete de lleno en el asunto. Nuevamente apuesta a un film de estructura coral, tres historias van entretejiendo la trama donde el mundo femenino y lo maternal aparecen indisociables. El deseo de ser madre pero con la imposibilidad biológica de concretarlo o en su opuesto, la irrupción de la maternidad cuando se carecen de recursos psicológicos para hacerse cargo de dicha función.

Para ello selecciona un gran elenco compuesto por la flamante ganadora del Globo de Oro por Mi Familia, la excepcional Annette Bening; una siempre hermosa e impecable Naomi Watts; y quien fuera esposa de Ray Charles en Ray, Kerry Washington. Las tres actrices protagonizan cada una de las historias y sus respectivos trabajos interpretativos son lo más logrado del film.

Karen (Bening), es una cincuentona que tuvo que dar en adopción a su hija en la adolescencia, quien ya es adulta, Elizabeth (Watts). No saben nada una de la otra pero se buscan sin buscarse. Lucy (Washington), es una mujer que no puede quedar embarazada y quiere desesperadamente cumplir el sueño de “Susanita”.

La química interpretativa que logran Bening y Watts, aunque sin cruzarse, es formidable. Ambas actrices encarnan personajes que son un deleite para la platea. Karen es una mujer ya grande, claramente antisocial, su único vínculo es el cuidado de su madre vieja y enferma, con los mecanismos de defensa a flor de piel en el contacto con el otro, donde muchas veces logra ser dolorosamente sádica. Su hija, sin conocerla, redobla la apuesta: ambiciosa, escrupulosa y con marcados rasgos perversos. La escena donde Elizabeth realiza una “travesura” en la casa de los vecinos, es maliciosamente adorable.

El armado de este rompecabezas, podría dividirse en dos partes. La primera donde se van presentando a los personajes principales y el conflicto de cada uno. Son historias atrapantes, ricas en cuanto al relato, en especial la de esta madre e hija desencontradas. A partir de la segunda hora aproximadamente, un par de sucesos producen un cambio en la subjetividad de estas mujeres, que le resta credibilidad a la narración.

Se pierde la riqueza inicial, se busca una causalidad para generar encuentros que terminan convirtiéndose en casualidad forzada. Lo humano, con las miserias que tiene cualquier persona, se transforma en bondad absoluta. Nadie pasa de ser ásperamente amargo a de repente, empalagosamente dulce. Una película que en un primer tramo era incómoda, cuestionadora, filosa y hasta por momentos cómica, pasa a ser políticamente correcta con un dramatismo cargado de tanto sentimentalismo y moraleja cliché, que obliga a emocionar hasta a el más duro.

La historia de Lucy queda desdibujada, por momentos innecesaria, recién toma impulso hacia el final. Hubiese sido más enriquecedor un film que desarrolle con mayor profundidad las vidas de esta madre e hija, encarnadas por dos personajes tan exquisitos e intensos, quienes nunca se han visto la cara, más allá del parto, pero le hacen honor al dicho: “de tal palo, tal astilla”.

Con unos cuantos giros en la trama (algunos predecibles), lo cual la hace ágil; un montaje prolijo que sabe conectar las distintas historias; interesantes primeros planos que retratan muy bien el interior de estas mujeres y a pesar de lo sentimental que por momentos resulta, carece de golpes bajos. El resultado: una obra ambivalente, que tiene grandes momentos pero pierde fuerza en su intento de emocionar. Destinada a aquel que tenga ganas de llorar un rato, al cual se le aconseja proveerse de unos cuantos pañuelos descartables, que seguramente van a hacer falta.