Amor de familia

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

Pequeñas cosas

Unos cuantos episodios sencillos a simple vista, aunque importantes para los integrantes de la familia Duval, son el material que el director francés Remy Bezançon propone en Amor de familia (El primer día del resto de nuestras vidas). Los saltos en el tiempo van tocando a cada uno de los miembros de la familia de estructura tradicional: un matrimonio (el padre taxista y fumador, la madre ama de casa) y tres hijos (dos varones y una niña).

La partida del nido del hijo mayor marca el comienzo de la película que va y viene entre recuerdos dulces, pruebas de confianza, amor y resistencia mutuas. Está narrada en un medio tono en el que predomina el buen humor y la capacidad de los Duval para decirse las cosas más terribles, planteadas con naturalidad. El tono constante, que bordea la comedia sin caer en ningún gag, invita al espectador inmediatamente a sentarse a la mesa del desayuno en la que se decide, por ejemplo, si hay que sacrificar a Ulises, el perro de Albert. Eso ocurre justo el día en que se va a vivir solo.

El otro miembro de la familia es el abuelo, un catador de vinos que no baja la acidez de sus comentarios, mientras el hijo escucha y los demás observan la escena desde afuera. Él dirá: “Hasta los mejores olores pueden ser dolorosos”.

Los diálogos tienen el aire de familia en el que el director bucea con habilidad. Cada fecha, asignada a un episodio, lleva además un título (“Miradas fulminantes”, “Lazos de sangre”, “Nuestro padre”) en esa “máquina del tiempo”. En algunos momentos hay personajes que hacen explícita la referencia a lo que ya no volverá a ser. La nostalgia sobrevuela pero el presente de cada episodio tiene peso propio gracias a las actuaciones que son muy convincentes.

La película de Bezançon no responde a los relatos actuales sobre familias disfuncionales ni se ocupa del contexto social. El taxista mantiene a su familia, carga con las recriminaciones del padre que lo subestima y sigue a sus hijos de cerca. “Verlos crecer es algo maravilloso”, dice en una de los pocas confesiones. La madre también hace lo que puede. La película sencilla, dulzona, pero con la delicadeza que evita las cursilerías, se disfruta como si fuera un álbum de fotografías de gente que conocemos de vista.