Amigos por siempre

Crítica de Alejandro Turdó - A Sala Llena

Choque de clases en silla de ruedas.

La industria de cine norteamericana tiene un berretín importante a propósito de hacer remakes de películas extranjeras exitosas. Parece tener necesidad de ajustar a sus propios parámetros aquellas historias en celuloide de otras culturas, celebradas por el resto del mundo. Es así como Amigos por siempre adapta el éxito francés del 2011 llamado Intouchables para el público masivo local, ese público que no termina de acostumbrarse a ver films en otro idioma que no sea el inglés.

La nueva versión estuvo “cajoneada” durante casi dos años. Pertenecía a la recientemente quebrada The Weinstein Company, conducida por Harvey Weinstein, aquella que casualmente se fue al tacho cuando empezaron a salir a la superficie las acusaciones de abuso contra su fundador. Afortunadamente para todos los involucrados, otra compañía compró la película y se encargó de encauzarla dentro del circuito comercial.

El poco destacado director Neil Burger (El ilusionista, Sin límites, Divergente) se puso detrás de cámara para reimaginar la historia basada en hechos reales de Phillip Lacasse, un escritor millonario que queda cuadriplégico tras un accidente de parapente y contrata contra su voluntad a Dell Scott -un exconvicto con necesidad de reinsertarse laboralmente- para que lo cuide en el día a día. Bryan Cranston (el Walter White de Breaking Bad) interpreta a Lacasse con su oficio habitual, el de un laburante de la pantalla tanto chica como grande que parece ajustarse sin esfuerzo a cualquier personaje… y hacerlo de manera lo suficientemente convincente. Kevin Hart (Un espía y medio) también sorprende gracias a que logra bajarle un par de dicebeles a su estilo cómico sin acaparar cada una de las escenas con gritos agudos e histrionismo exagerado… bueno, al menos durante gran parte del tiempo.

Como seguramente podrán imaginar, esta relación entre opuestos que arranca con el pie izquierdo deriva en una relación de amistad inesperada entre dos personas que (tal como nos sugiere el guión escena tras escena) tienen mucho para enseñar al otro a propósito de los mundos diametralmente opuestos en que viven: el rico que disfruta la música clásica versus el pobre del ghetto que canta Aretha Franklin a todo pulmón, el rico que goza en la opera y el pobre que se ríe sin entender, y toda una concatenación de manual respecto de aquello que los guionistas consideran los lugares comunes y tropos harto transitados del estereotipado choque de clases.

El mayor problema del film es que intenta copiar prácticamente escena por escena el material original, sin la más mínima intención aparente de resignificarlo para ofrecer una nueva mirada. Aquel que no haya visto la película original tal vez no encuentre esta versión tan vacua y poco inspirada, pero incluso sin ese conocimiento previo se advierte a las claras la intención de ir a lo seguro y no jugársela con nada, entregando un final que dos horas más tarde intenta despabilarnos en nuestra butaca. Ojo, nosotros también tenemos un esqueleto en el closet en forma de remake criolla bajo el nombre Inseparables (2016), protagonizada por Oscar Martínez y Rodrigo de la Serna. A cada cual lo que le toca.