Amigos de armas

Crítica de Santiago Armas - Cinemarama

Dos por el dinero

Una suerte de mix entre El lobo de Wall Street con El señor de la guerra, Amigos de armas vuelve a probar la capacidad de Todd Phillips para generar un escenario de caos y orgullo por la amoralidad y los excesos de todo tipo, tal como lo demostró a lo largo de su filmografía con la saga de Qué pasó ayer como máximo ejemplo. Es inevitable nombrar la última película de Scorsese para hablar de este film, ya que Phillips busca evocar esa misma sensación de complicidad con lo ilegal a la hora de contar el derrotero de dos amigos de la infancia, David Packouz y Ephraim Diveroli, en el negocio de la venta de armas en Estados Unidos. Resulta que durante la presidencia de George Bush hijo, y en plena guerra de Irak, el gobierno norteamericano decidió abrir las licitaciones para que pequeñas y medianas empresas pudieran vender armas y municiones al Pentágono y demás ramas, lo que llevó a esta dupla de veinteañeros adictos a las drogas y a los dólares a conseguir contratos de hasta casi trescientos millones de dólares. Y de la misma forma que vimos el ascenso y caída de Jordan Belfort en el oscuro mundo de las finanzas de Wall Street, seremos testigos de los negocios turbios y traiciones por parte de estos muchachos. David funciona como el más normal de los dos (además de ser el narrador principal), y esa especie de John Cusack adolescente que es Miles Teller lo interpreta con la misma incredulidad con la que lo hacía en la grandiosa Whiplash. Como su hiperactivo socio Ephraim, Jonah Hill es puro carisma e intensidad, confirmando que estamos ante uno de los mejores comediantes de la actualidad (su risa haría estremecer al propio Guason). Si bien Phillips demuestra un gran control sobre su relato y se vale de recursos de toda clase, como planos congelados y una selección musical que va desde Creedence hasta Pink Floyd, para acelerar el ritmo y reflejar el descontrol de la dupla, sobre el final no puede evitar caer en ciertos clises retratando la previsible caída de sus personajes al abismo una vez que se meten con gente todavía más oscura (representada en un Bradley Cooper en versión gángster). Por suerte, sobre el final el director reafirma que esta no es una historia de moralejas fáciles, dejando al espectador con la última palabra sobre si es correcto o no juzgar a los protagonistas por el negocio que decidieron encarar. Después de todo, ellos no son más que un producto de la sociedad capitalista que los rodea, y como decía Tony Montana en Scarface (muy referenciada en Amigos de Armas): el capitalismo significa nada más ni nada menos “que te jodan por atrás”.