American Pie: el reencuentro

Crítica de Fernando López - La Nación

Desde que en los 90 obtuvo tanta difusión como para acceder a la categoría de clásico del género, American Pie ha sumado unas cuantas secuelas, ninguna muy feliz. Con este reencuentro, los productores quisieron recuperar la reputación de la serie y convocaron a los actores originales. American Reunion (tal, el título en inglés) los encuentra bastante creciditos y aparentemente un poco más formales. Han pasado trece años, pero no por eso debe presumirse que todos han sentado cabeza. Esto que parece una secuela es sólo el producto del reciclado de situaciones más o menos cómicas pero carentes de novedad y, sobre todo, de frescura.

No puede hablarse de historia porque no la hay: sólo se trata de reencontrarse con personajes conocidos para espiar cómo están en la actualidad. Si en el film original había una excusa que daba pie a situaciones picarescas a veces graciosas -los chicos se habían impuesto una misión, la de perder la virginidad antes de graduarse-, aquí todo lo que sucede tiene que ver con los efectos del reencuentro y, en especial, con los enredos en que cada uno de ellos se ve envuelto en relación con sus respectivas parejas y con las situaciones picantes o equívocas que pueden presentarse en un fin de semana compartido con una multitud de treintañeros en plan de fiesta.

Como cualquier reunión de ex alumnos, la experiencia puede resultar divertida en algunos casos y un poco patética en otros. A los muchachos de American Pie , que regresan a East Great Fall para la reunión de egresados del 99, no tiene por qué irles de otra manera. Jim y Michelle se casaron y tienen un hijo de 2 años que suele interrumpir sus momentos de intimidad; Kevin está felizmente casado, aunque ya no con Vicky; Oz, ahora una celebridad en TV, tiene como compañera a una modelo llamativa y superficial, pero su ex, Heather, de novia con un cirujano, no lo ha olvidado; Finch cuenta fabulosas aventuras de sus viajes por el mundo y sigue acordándose de la madre de Stifler. Y éste conserva la misma mentalidad de chico de 12 años que tenía en la secundaria. A él se deben casi siempre los enredos.

Entre tanto chiste fácil y tanto humor atrevido a la manera del viejo teatro de revistas, es casi un descanso que aparezca Eugene Levy, el recordado papá de Jim, aunque sea para animar el único e innecesario momento emotivo de la película.