Amateur

Crítica de Martín Iparraguirre - La mirada encendida

Una pasión colectiva

El tiempo de las vacaciones infantiles suele revelar un panorama infausto para nuestra cultura: la colonización absoluta por parte del cine norteamericano, que en sus diversas variantes aparece como la única opción posible en las grandes salas para niños y padres (a no ser por alguna película nacional que, en esencia, no suele ser más que una mala copia de modelos hollywoodenses). La ideología del entretenimiento domina nuestros días, aunque el cine es mucho más que esto (y el entretenimiento no es nunca mero entretenimiento). Ordenador colectivo de subjetividades, sistema educacional que prepara a los espectadores como futuros consumidores para ingresar a este gran mercado en que se ha convertido el mundo: el cine nos enseña cómo vivir, cómo divertirnos, cómo relacionarnos con el mundo que nos circunda. Es por eso también que es una pasión colectiva, porque constituye una maravillosa forma de dotarnos de una identidad, de pensarnos a nosotros mismos, de construir sentido y organizar nuestra existencia.

Claro que el cine no es un poder absoluto (como tampoco un arte unívoco, ya que toda cinematografía es heterogénea y compleja), y las formas de apropiación de los espectadores son, por suerte, múltiples e impredecibles. La clave es la variedad, el acceso a diversas cinematografías, por lo que la crítica debe entonces tratar de visibilizar aquellas películas que por su naturaleza, o por la arbitraria selección del sistema, no llegan al gran público. Esta vez, el Cineclub Municipal Hugo del Carril estrenará el próximo jueves (en un programa doble imperdible con la película “Daddy Longlegs”, de Ben Safdie y Joshua Safdie) el filme Amateur, del argentino Néstor Frenkel, un documental heterogéneo que hace eje, precisamente, en las pasiones cinéfilas, o más bien en cómo la democratización de los medios de producción, con la popularización del formato súper 8 en la década del ´70, modificó la existencia de varias generaciones de amantes del séptimo arte. “Al sexto día, Dios creó al mundo… y unos días más tarde al súper 8? comienza el filme, que inmediatamente presentará una pequeña pero ingeniosa historia del video casero, que irá repasando con filmaciones originales de decenas de familias las primeras formas de apropiación de la cámara cinematográfica hasta la llegada de los cineastas aficionados, aquellos aventureros amateurs que abordaron el desafío de filmar ficciones caseras. Y que pronto encontrarán un paradigma inigualable en quién se convertirá en el personaje central del filme: el entrerriano Jorge Mario, odontólogo de profesión, pero además obsesivo coleccionista, escritor, fundador de un club social y sobre todo apasionado cineasta amateur, que cuenta con casi 20 filmes en su haber, entre ellos un western que se ha convertido en la obra de su vida, titulado Winchester Martín.

Creador apasionado e incansable, Mario se convertirá en el centro de la película, que desde entonces girará obsesivamente en torno a su existencia en Victoria, donde a sus 70 años no sólo trabaja como odontólogo y dirige un club de boy scouts, sino que tiene además un programa de radio hace un par de décadas, organiza subastas filatelistas por correspondencia, participa del club de caza, colecciona innumerables objetos, lleva adelante en soledad una campaña para salvar un árbol que apareció en una película norteamericana y guarda un registro obsesivo y amplísimo sobre su gran pasión, el séptimo arte (tiene fichas sobre las 13.892 películas que vio). Una pasión que se inició con la filmación en su ciudad natal de El camino del gaucho, de Jacques Tourneur (en 1951), filme que lo marcaría para siempre y que lo llevaría a filmar con amigos y vecinos su propia versión, Winchester Martín, no una sino en dos oportunidades. O mejor dicho en tres, porque Mario no tardará en idear una nueva remake de su propio filme, y entonces la película toda se encaminará a la concreción de ése nuevo sueño, con el protagonista buscando a sus actores para otra aventura.

Documental observacional que apela también a recreaciones de ficción y técnicas de found footage (películas realizadas con trozos de otras películas), Amateur es un filme que se hace carne con su protagonista, y entonces pasa a depender de él: para evitar el riesgo del tedio, Frenkel apela al humor, aunque a veces lo haga en contra del propio Mario (quien, consciente de los mecanismos de reproducción, pretende una y otra vez dirigir la puesta en escena). Ciertas recreaciones ficcionales son redundantes y parecen innecesarias, aunque allí se revela ésa voluntad (compartida tanto por Frenkel como por Mario) de hacer del protagonista un personaje, un tema interesante para explorar (¿Cómo filmar a alguien sin que se vuelva una falsa representación de sí mismo? ¿Cómo evitar imponer nuestras categorías a ése otro?), aunque nunca desarrollado consientemente por el director. Por cierto, la pasión cinéfila es el centro luminoso del filme, una pasión que (y este es uno de los méritos del filme) aquí revela su naturaleza colectiva, destinada a ser compartida.

Por Martín Ipa