Amantes por un día

Crítica de Daniel Lighterman - Visión del cine

A veces la anécdota más pequeña puede dar lugar a un relato muy elaborado. Este es el caso de Amantes por un día, un drama francés que descansa en los climas y las actuaciones para llenar al espectador de emoción.
Jeanne rompió con su novio y vuelve a la casa de su padre para buscar asilo. Allí lo encuentra viviendo con una joven de casi su misma edad, con la cual ella también se verá forzada a vivir. En esa especie de vínculo amistoso que se genera, Jeanne comenzará un proceso en el cual podrá reordenar sus ideas y reacomodar su vida amorosa.

Muy emparentada estéticamente con la Nouvelle vague, pero con una clara búsqueda hacia el cine francés de principios del siglo XX, abundan en esta película los primeros planos y las referencias religiosas que hacen pensar en La pasión de Juana de Arco (Carl Dreyer, 1928). La forma en la que el director muestra y reflexiona sobre la imagen femenina contraponiendo la pulsión sexual de Ariane con la falta absoluta de deseo de Jeanne.

Amantes por un día no es una película usual, pero tampoco es de esas que sólo se pueden disfrutar en el contexto de un festival de cine. Las emociones que transmite y la excelencia en las actuaciones, pero sobre todo la fotografía, hacen de este film un producto más que logrado. El blanco y negro del film le agrega una atmósfera mítica que hace sentir al espectador que esta historia no tiene un momento preciso en el tiempo y, de la misma forma, la cámara muestra un París irreconocible, vacío y carente de referencias arquitectónicas, que refleja la soledad y la devastación del personaje principal.

La facilidad con la que cualquier espectador puede relacionarse con el personaje que atraviesa el duelo de la separación, hace que lo aparentemente críptico del relato se vuelva accesible a cualquiera.