Amante fiel

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

Entre la sorpresa y el placer cinematográfico

El film es un divertimento que nunca tiene vergüenza de serlo, pero también es capaz de emocionar inesperadamente al espectador.

Si algo no se le puede negar a Amante fiel, ganador del premio a Mejor Director en la última edición del Bafici y segundo largometraje como realizador del actor (e inevitable “hijo de”) Louis Garrel, es su capacidad para generar sorpresa y placer cinematográfico en partes iguales. La primera escena es un ejemplo inmejorable de ello: como todos los días, Abel se prepara para salir a la calle y a una nueva jornada laboral cuando su pareja y conviviente le confirma que está embarazada de otro hombre, un amigo en común, con quien viene manteniendo una relación paralela desde hace más de un año.

Eso no es todo: sin que se le mueva un pelo, le anuncia que en un par de semanas se casará con él y que, posiblemente, lo mejor sea que Abel comience a sacar sus pertenencias del departamento esa misma noche. La precisión de los cortes que marcan el juego de planos y contraplanos, el manejo del cuerpo y el rostro delante de cámara de Abel/ Garrel ante las novedades, el remate bajo la forma del gag cómico fuera de campo anticipan las formas sintéticas y tonos efectivos de la película que acaba de comenzar.

Título principal, corte y elipsis. Nueve años más tarde, ese “otro” que logró pasar de la periferia al centro fallece súbitamente y el reencuentro de Abel con su ex, Marianne (Laetitia Casta, su esposa en la vida real), se produce precisamente en el entierro. A partir de ese momento comienza el desarrollo de una enorme cantidad de acontecimientos, muchos de los cuales no conviene revelar aquí, pero es indudable que Garrel y la leyenda viviente del guion Jean-Claude Carrière (mano derecha de Luis Buñuel en su etapa francesa, por citar apenas una de sus colaboraciones más celebradas) deben haberse divertido de lo lindo escribiendo las idas y vueltas de la historia, compacta con sus 75 minutos de duración total, pero repleta de hitos, giros y desvío.

Si bien el punto de vista será esencialmente el del personaje masculino, otras dos voces aportan sus miradas de manera alternativa: la de la propia Marianne, cuyo inteligente y sensible hijo tiene ya unos 8 o 9 años, y la más jovencita Eve, hermana del difunto, obsesivamente enamorada de Abel desde la pubertad (papel interpretado por Lily-Rose Depp, la hija de Vanessa Paradis y Johnny Depp). La voz en off del trío de personajes es literaria y concisa, seria pero nunca grave, y transforma la descripción sucinta en otro apoyo para empujar la trama sin dilaciones.

L'homme fidèle, título original menos juguetón pero un poco más ambiguo e irónico que el local, parte de la sensibilidad de un François Truffaut para deslizarse hacia las formas del cine de Phillipe Garrel –padre, mentor y una de las fuentes creativas de Louis– y recorrer luego los territorios cinematográficos de Claude Chabrol, regresando finalmente al punto de partida con breves paradas en el universo de Eric Rohmer. 

Sin encarnar en pastiche ni -mucho menos- demandar de la audiencia un conocimiento previo de esas influencias, la película es una suerte de batido de temas y tonos nuevaoleros que utiliza todos esos elementos para construir una fábula moral (en el sentido rohmeriano del término) con pasajes de suspenso, otros de comedia y varias instancias de educación sentimental. Un divertimento que nunca tiene vergüenza de serlo y un relato con aires conscientemente afrancesados que, de golpe y porrazo, es capaz de emocionar al espectador, de sacarle una lágrima de emoción genuina cuando el concepto de adopción aparece a la vuelta de la esquina más inesperada.