Amancio Williams

Crítica de David Obarrio - Cinemarama

Noticias desde un país lejano

Amancio Williams es una rareza; una película imbuida de una discreta sofisticación, cuyas escenas discurren transparentes e inspiradas y que se encamina secretamente hacia una forma de tristeza inesperada que concluye iluminándola en forma retrospectiva. Lo malo es que, también, se trata probablemente de una película destinada a perderse, echada sin miramientos a los leones de una cartelera que amenaza languidecer de irrelevancia ante el copamiento de las salas por parte de los “tanques” y la demagogia televisiva. El nombre propio que sirve de título a esta película singular es el de un arquitecto argentino, figura ineludible de la modernidad en nuestro país. Williams colaboró en la construcción de la denominada Casa Curutchet de la ciudad de La Plata (la que aparece largamente en la película El hombre de al lado) y produjo, en el año1942, una obra fundamental conocida como la Casa del Puente, ubicada en las afueras de Mar del Plata y construida en homenaje a su padre, el músico Carlos Williams. Hay una idea central muy hermosa que la película toma desde el vamos para sí misma, casi como si fuera una especie de santo y seña, tributo al arte elusivo de la arquitectura, a los Williams (padre e hijo) y a una Argentina que no parecía imaginar en su horizonte un futuro cercano que no estuviera esencialmente ligado a las innovaciones y a la prosperidad creciente. Esa idea es la de producir para el país un todo orgánico, en la que el confort no significara una destrucción de la naturaleza, ni la originalidad implicara una renuncia a la igualdad en pos del capricho de una modernidad presuntamente efímera. La película traslada ese carácter venturosamente plástico a su narrativa, y hace convivir de modo aireado y pertinente los testimonios en forma de entrevistas y las imágenes de archivo; o el uso nunca intrusivo de la música del mencionado Carlos Williams junto a las explicaciones perfectamente legibles acerca de la construcción de la casa. Como si se tratara de una composición musical de peso, Amancio Williams exhibe un equilibrio entre sus partes que respira en cada escena con una cadencia notable, dictada con precisión y ligereza (dos características del que el mal cine didáctico carece), para un espectador que puede informarse sobre algo que desconocía mientras se sumerge progresivamente sin darse cuenta en el relato de un país que no fue como se imaginó, que quedó trunco o fue a parar al catálogo de los sueños perdidos, acaso olvidados para siempre. La película no renuncia a una vocación de objeto fascinante, ciertamente extraño en el panorama del cine argentino actual por su capacidad para generar asociaciones impensadas, al mismo tiempo que sostiene, con una exquisitez subterránea, el eje puesto en la figura de un hombre cuyo nombre no aparenta decir mucho en estos días pero que vuelve en las imágenes con una fuerza sorprendente. La película parece en realidad reclamar prácticamente en cada plano no la necesidad sospechosa de una evocación estéril, sino la pregunta más o menos desolada por el presente a partir de una figura destacada del pasado. El director hace a su modo una apuesta política que podría operar como reflejo de los ideales del propio Amancio Williams, que se desempeñó en un país lejano atravesado por la idea del crecimiento y progreso ligado a la modernidad, en un tiempo en que esta palabra expresaba un futuro deseable pero –sobre todo– todavía plausible.