Alvin y las ardillas 3

Crítica de Marcelo Zapata - Ámbito Financiero

Ardillas clásicas y buen entretenimiento

A los adultos acompañantes de los chicos ya no hay que explicarles de qué la van estos pequeños roedores cantarines, franquicia moderna de aquellos viejos personajes de voz chillona que hasta animaron, entre otras cosas, una ginebra local. En esta nueva secuela de «Alvin y las ardillas», que pese al «3» del título no hay, curiosamente, una letra «D» detrás (y por cierto que serena a veces no andar calzándose esos lentes un poco ridículos, y dejar el cine sin ser sospechado de llevárselos), la acción se abre al exterior, un crucero de lujo, el océano, y a la aventura tradicional, una isla desierta, un tesoro oculto, una Robinson maligna y muy digna de ver y apreciar (Jenny Slate, modesto consuelo para esos adultos varones acompañantes). El resto de los protagonistas son también bien conocidos: el productor bueno, Dave (Jason Lee), el rival «loser», Ian, ahora convertido en un pelícano-humano (David Cross), y por supuesto las ardillas protagonistas, o «chipmunks».

Los guionistas de esta tercera parte, así, optaron por cargar con las ardillas, cuyas peripecias ya estaban agotadas en la gran ciudad y entre empresarios discográficos rivales, y llevarlas al territorio de Stevenson y de Defoe, quizá mucho menos conocido por el público natural de la película. Esa exploración de lo más clásico también está acentuada por una producción modesta que, en su habitual mezcla de acción real y animación, no abusa ni de efectos especiales ni de recursos espectaculares, comenzando, como se dijo, por evitar el 3D, decisión infrecuente hoy en Hollywood en el cine de animación.

La película, para los más chicos, funciona perfectamente. La simpleza de su historia, la buena definición del conflicto y la claridad de relato (al contrario, por ejemplo, de ejemplos recientes como «Happy Feet 2») la vuelven en consecuencia una buena opción para las vacaciones. Tal como hizo Disney en «La princesa y el sapo», esta nueva entrega de las ardillas prueba que sin parafernalia técnica, y sobre todo sin un humor que haga guiños permanentes o al mundo adulto, del cine o de los medios, se puede construir un sólido producto de entretenimiento.