Alien: Covenant

Crítica de Matías Orta - A Sala Llena

Cuando se estrenó Alien: El Octavo Pasajero (Alien, 1979), muy pocos -o nadie- podían sospechar que había nacido un ícono del cine fantástico, del cine a secas, y un universo que sigue siendo explorado en secuelas, precuelas y crossovers. Ridley Scott, director del primer film, retornó de la mano de Prometeo (Prometheus, 2012), en la que se propuso contar lo que sucedió antes de que los tripulantes del carguero Nostromo se toparan con el monstruos que los terminaría aniquilando uno por uno. Esta propuesta de Scott presentaba nuevos personajes y planteaba una de serie de cuestiones sobre el origen de la vida en la Tierra, y dejaba las suficientes preguntas sin responder, dando pie a por lo menos una próxima película: Alien: Convenant (2017).

La nave Covenant se dirige al planeta Origae-6 con el objetivo de establecer colonias. Allí viajan parejas de pilotos, exploradores y científicos, además de 2.000 colonos criogenizados y 1.400 embriones. Un desperfecto provoca que los principales responsables de la iniciativa despierten antes de tiempo, y durante la reparación, reciben una señal humana proveniente de un planeta desconocido. Al aterrizar allí, se encuentran con un paraje repleto de montañas, bosques, lagos, un campo de trigo, los restos de una nave espacial… Y con unas esporas con terribles efectos en algunos de los terrícolas. Y será apenas la punta de un iceberg que involucra más descubrimientos, más criaturas, más terror.

Scott continúa lo que comenzó en Prometeo -el origen del alien y de otras especies, las consecuencias de escarbar en los propósitos de una raza avanzada, la obsesión por emular a Dios-, pero lejos de insistir con un tono pretencioso y de enredarse en un guión confuso, recupera un esquema narrativo simple, propio de Alien, y suma elementos de Alien: El Regreso (Aliens, 1986), de James Cameron; apenas comienza el contacto con la amenaza, todo es suspenso, confusión, violencia y muerte. De esta manera, privilegia menos la ciencia ficción pura y vuelve a las fuentes, donde la ambientación -lóbrega y fascinante a la vez-, los ataques de los monstruos -el clásico xenomorfo, creado por H.R. Giger, y otros híbridos- y el gore provocan situaciones escalofriantes.

Al igual que en todos los films de la franquicia, se respetan constantes y temáticas que cautivaron a los fanáticos: la compañía Weyland Industries (aun no evolucionó en Weyland-Yutani) controla las misiones espaciales y ta tecnología en general, los androides juegan un rol ambivalente, el líder de la tripulación no está a la altura de lo que acontece (muchas veces incluso dejar de estar pronto en la trama) y una figura femenina termina tomando las riendas para salvar a los suyos y enfrentar a las criaturas. También el sexo y la maternidad siguen estando presentes, y como cada una de estas películas, responde a cuestiones de la época: hay parejas interraciales y otra homosexual, y muestra el control que la tecnología puede ejercer contra los humanos. Las referencias a mitos y cuestiones bíblicas tampoco quedan fuera del cóctel.

La influencia de la literatura suele ser otra constante en el universo Alien, y aquí tampoco es la excepción. Se cita un poema específico de Percy Shelley, resuenan los ecos de H.P. Lovecraft, y resurgen las referencias a El Corazón de las Tinieblas, de Joseph Conrad, aunque desde una perspectiva diferente: en Alien y Alien: El Regreso, Ash (Ian Holm) y Ripley (Sigourney Weaver), respectivamente, funcionaban a la manera de Marlow debido a que sólo ellos tienen una idea de con qué se encontrarán, pero ahora surge el Kurtz del asunto, el individuo que convive con el horror.

Michael Fassbender era lo mejor del elenco de Prometeo, y sucede lo mismo aquí. Reincide en el papel del inquietante androide David, y compone a otro ente artificial: Walter, integrante de la Covenant, un modelo más robótico y menos afecto a pensar por sí mismo. Las escenas entre ambos constituyen lo mejor de la película. Por su parte, la protagonista femenina es Katherine Waterston; interpreta a Daniels, quien durante los primeros minutos debe sobreponerse a una tragedia. Tiene más características de Ripley que de Elizabeth Shaw (Noomi Rapace), pero si bien es convincente a la hora de trasmitir sufrimiento, le falta fuerza y presencia cuando le toca ser la heroína de turno. Sí son más destacables las performances de los secundarios Danny McBride, Demián Bichir (un personaje que daba para más) y el siempre estupendo Billy Crudup.

Aún con sus detalles que podrían haber estado mejor, más allá de su final fácil de adivinar, Alien: Covenant recupera la dinámica de los mejores exponentes de la saga, posee buena cantidad de hallazgos (algo recurrente incluso en las entregas alienígenas menos geniales) y demuestra que todavía hay mucho más para explorar en el espacio, donde nadie escuchará tus gritos.