Alicia y el Alcalde

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

El título rohmeriano de la última película de Nicolas Pariser remite inmediatamente a El árbol, el alcalde y la mediateca, donde Fabrice Luchini encarna a un maestro de primaria ecologista que está en contra de la construcción del pequeño centro cultural que propone el alcalde socialista porque considera que se deben preservar los espacios verdes del pueblo en lugar de remplazarlos con estructuras artificiales. En el extraordinario prólogo de aquella película, les explica a sus alumnos el uso del condicional con este ejemplo: “Si no tengo el árbol frente a mí todas las mañanas, me iré de aquí”. A lo que una niña le contesta sentada al pie del árbol: “¡Está gritando al vacío! En lugar de gritar, hay que actuar”. Casi treinta años después, Luchini tiene los medios para salir de aquel callejón: ya no es un profesor escéptico y ligeramente reaccionario, sino el alcalde socialista de Lyon en Alicia y el alcalde.

Nicolas Pariser fue alumno del genial Eric Rohmer en La Sorbonne. La influencia del maestro se nota inmediatamente en la erudición de los diálogos. Alicia y el alcalde es una ficción precisa y apasionante ambientada en los espacios de poder de una gran ciudad, que se empeña en hablar de política con un discurso que parece de otro siglo. El protagonista intuye que la forma de hacer política que encarna con profesionalismo ha quedado obsoleta. Después de treinta años de carrera, Paul se siente desmotivado y supone que la contratación de Alicia, una joven profesora universitaria de filosofía, va a regenerar su capacidad de tener nuevas ideas. Alicia y el alcalde posee la particularidad de mostrar gente trabajando alejada de la habitual representación del sufrimiento. La película combina de forma dinámica y creíble situaciones públicas, rivalidades internas y conflictos culturales. El director se infiltra en el decoro político utilizando la mirada inocente de la joven Alicia, que descubre los usos y costumbres del gobierno municipal de Lyon: un teatro de verborrea y gestos, mezcla de cinismo y costumbre, que llega a un punto cumbre en una memorable reunión del consejo municipal. El flujo de palabras técnicas, discursos y demás intercambios generan una energía paradójica frente a un alcalde desconcertado que se ve obligado a trabajar.

El cineasta posee la inteligencia para evitar cuidadosamente cualquier forma de caricatura. La sobriedad y la ambigüedad de las interpretaciones permite navegar con placer en el entrelazamiento de los grandes temas de la superficie, mientras se crea sutilmente una comunión más profunda entre los protagonistas, fruto de una nutrida relación intelectual. En el transcurso de la historia, Paul y Alicia abandonan sus máscaras para revelar dos rostros más íntimos. La película encuentra así una forma narrativa singular con una inevitable mirada nostálgica, aunque tal vez involuntaria, sobre la época en que los partidos políticos tradicionales eran algo más que fantasmas.