Aliados

Crítica de Nicolás Feldmann - Proyector Fantasma

Casablanca siempre estuvo cerca
Del gigantesco Robert Zemeckis – eterno innovador de la narrativa y director de recuerdos imborrables del cine como Forrest Gump, la trilogía de Volver al Futuro y probablemente la mejor película de animación de la historia: Who framed Roger Rabbit – Aliados (Allied, 2016) retoma la misma nostalgia por la industria fílmica que cada tanto esta en boga, para volver a los tiempos simples y optimistas de espías seductores, intrigas sencillas y romances apasionados.

Vale aclarar que la nostalgia nunca sobra, por más que se vuelva repetitiva, si se la da una vuelta de tuerca lo suficientemente original para que no implique ver la misma trama por enésima vez.

El guion del británico Steven Knight se toma su tiempo para crear el suspenso e introducirnos de lleno en la Casablanca de la segunda guerra (lugar emblemático del cine si los hay). Allí, el oficial de inteligencia canadiense Max Vatan (Brad Pitt) y la espía francesa Marianne Beausejour (Marion Cotillard) deberán infiltrarse en territorio nazi con la misión de eliminar al embajador alemán en territorio africano, y para eso, más allá de sus grandes habilidades como asesinos, ambos agentes deberán fingir ser marido y mujer frente a las sospechas de su entorno. Es así que tras muchos preparativos y algunas tensiones de por medio el ataque resulta un éxito, a la vez que logran escapar ilesos increíblemente de lo que parecía ser un plan suicida. Sin embargo, esto no significa más que un prólogo para la verdadera premisa que depara el film.

Inevitablemente la espectacularidad de la primera parte, alternando un desarrollo interesante de los protagonistas con escenas de acción impecablemente coreografiadas, se termina diluyendo para dar paso a una trama mucho más predecible y chata. Ya con el objetivo cumplido, y lógicamente para los cánones hollywoodenses, el teatro del matrimonio de los espías Vatan y Beausejour pronto se convierte en romance real que los ve casándose y teniendo una nena a tan solo un año después de su retiro en Londres. No obstante, la paz familiar dura poco tiempo, entre los constantes bombardeos que sufre la capital británica, hasta que surge la sospecha de que Marianne haya sido todo este tiempo en realidad una agente nazi encubierta, poniendo en juego la confianza de su marido Max mientras intenta descubrir la verdadera identidad de su mujer.

Aquí radica una de las mayores falencias de Aliados, y es que luego de una primera mitad desarrollando la personalidad definida de los dos personajes principales, la película termina modificando sus características básicas para lograr justificar este giro. De esta manera, Max deja de ser cauto y precavido para pasar a ser impulsivo y apresurado en su búsqueda de verdad, a la vez que Marianne pierde su carácter misterioso e insondable en función de ser más transparente en sus intenciones frente al espectador.

Incluso aprovechando la gran emocionalidad de Marion Cotillard en cámara y la química compartida con Brad Pitt, sumada a la acertada visión cruel y paranoica de Zemeckis sobre la época (la escena surrealista que combina la caída de un bombardero alemán con un picnic romántico da cuenta de la agudeza del director), la incertidumbre sobre el verdadero bando de Marianne nunca termina de convencer como verosímil y se reduce únicamente a dos posibilidades: si es o no traidora a la resistencia. En un contexto de moralidad difusa como el que plantea el film, ninguna conclusión cierra del todo si se nos restringe a decidir entre blanco o negro.

“Mantengo las emociones reales. Por eso funciona”, le confiesa varias veces Marianne a su esposo refiriéndose a la habilidad que tiene para falsear sentimientos. Si se pudiera parafrasear esta reflexión, resulta curioso que Aliados funcione mejor durante la primera parte, cuando las emociones no son edulcoradas y la adrenalina de la misión se funde con la seducción platónica de los protagonistas simulando el matrimonio. En todo caso, para ver romance siempre será mejor volver a ver la despedida de Ingmar Bergman y Humphrey Bogart en Casablanca.