Aliados

Crítica de Juan Ignacio Novak - El Litoral

Siempre nos quedará Casablanca

No hay dudas de que Robert Zemeckis sabe entretener (léase “manipular”, pero con el sentido que le hubiera imprimido Alfred Hitchcock al término) a las audiencias. Lo hizo en la trilogía “Volver al futuro” (1985 a 1990), “¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988) y “La muerte les sienta bien” (1992). También conmover, algo que demostró en “Forrest Gump” (1994), “Contacto” (1997), inclusive en “Náufrago” (2000). Menos atractivos fueron los resultados cuando exploró la técnica motion capture. Tanto en “El expreso polar” (2004) como en “Beowulf” (2007) y “Cuento de Navidad” (2009), el acento en los avances tecnológicos clausuró toda posibilidad de calidez emocional.
En “Aliados”, la nueva película de su autoría que arribó a los cines argentinos, Zemeckis evita las estridencias (con alguna que otra justificada excepción) y se adentra, emulando a los directores-artesanos del cine clásico, en una trama de amor, engaño y lealtades quebradizas en medio de los bombardeos alemanes a Londres, durante la Segunda Guerra Mundial. No hay grandes escenas de acción, tampoco giros inesperados ni golpes de efecto. Más bien una preeminencia de la historia, una confianza en su peso propio, que hace innecesaria toda tendencia barroca. Aspecto que se beneficia con el notable manejo del suspenso, anclado muchas veces en un recurso manido eficiente, como los relojes.
Amor en juego
Brad Pitt interpreta a Max Vatan, un oficial canadiense que trabaja para el servicio de Inteligencia británico. Le encargan una misión en Casablanca (afectuoso guiño a la mítica película de Michael Curtiz, protagonizada por Ingrid Bergman y Humphrey Bogart), que consiste en asesinar a un alto oficial nazi, que brindará una fiesta para la comunidad europea del lugar. Para ejecutar el trabajo, cuenta con la ayuda de la espía francesa Marianne Beauséjour (Marion Cotillard). Aunque todos los protocolos indican lo contrario, con el exótico ambiente de la ciudad marroquí como aliado, terminan enamorados, con un apasionado viaje al desierto de por medio. Cumplen la misión, sobreviven, se trasladan a Londres, se casan y tienen una hija. Pero un año después a Max le llega una advertencia: Marianne puede ser una espía alemana.
Brad Pitt realiza un trabajo contenido, a tono con un personaje cuyas motivaciones son difíciles de escrutar, pero por momentos se estanca en una excesiva frialdad. Más sólida es la interpretación Marion Cotillard, que utiliza todos sus recursos expresivos para construir a una mujer que se mueve con tanta naturalidad y franqueza en una fiesta organizada por los nazis, como en los ambientes íntimos y familiares. Apenas la conoce, luego de verla reír en la mesa de un restaurante, Max le comenta: “Le caés bien a todos”. Y ella contesta: “Expreso sentimientos reales, por eso les caigo bien”. Respuesta ambigua que después le resonará una y otra vez a Max cuando debe decidir si su esposa es o no una agente doble.
La narración es todo
No hay nada particularmente nuevo “Aliados”. Todo en ella parece un reflejo de otras películas. Inclusive el final (que intenta romper con el aura romántica de “Casablanca”, enunciando una crítica más severa del horror de la guerra) genera cierta decepción al introducir un innecesario epílogo, vicio que suelen tener otros realizadores exitosos, como Steven Spielberg. Pero eso no quiere decir que no sea un producto disfrutable. A cambio de su escasez de novedades y riesgos, ofrece una cuidada puesta en escena, que muestra detalles de la vida cotidiana en la Londres acechada por los constantes ataques de la Luftwaffe, personajes secundarios creíbles (en especial Jared Harris como severo oficial inglés y Lizzy Caplan como desenfadada hermana menor de Max) y un formato narrativo que, a contrapelo con lo que proponen muchos filmes comerciales en la actualidad, se toma el tiempo necesario para que el conflicto desarrolle en todas sus aristas. Alguien podrá argumentar que “Aliados” es una película lenta. Sí, pero segura.