Algunas horas de primavera

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

El digno camino hacia el final

El relato de una conflictiva relación madre-hijo y una sutil mirada sobre la eutanasia.

Luego de pasar 18 meses en prisión por transportar 50 kilogramos de marihuana en un camión, a Alain Evrard (Vincent Lindon) no le queda otra que volver a vivir con Yvette, su madre, quien sólo lo visitó dos veces tras las rejas. La tensa y conflictiva relación que siempre tuvieron estalla una y otra vez en Algunas horas de primavera, la durísima -pero real- historia de Stéphane Brizé, autor de Mademoiselle Chambonn (2009).

Alain pagó por su error y la reinserción a la sociedad no le es fácil. Con el fracaso a cuestas, su gesto adusto lo matiza entre sorbos de cerveza y pitadas de cigarrillos. En este filme todo es veloz, las relaciones son depredativas: hagan una pausa en la escena del bowling donde con un par de miradas es suficiente para que Evrard conquiste a Clémence (Emmanuelle Seigner) y se la lleve a la cama.

La rutina es una excusa temporal en esta obra, lo importante se centra en el trato madre-hijo donde cada uno atiende a Calie, una perra que parece ser el único nexo entre ambos. Alain prende la radio; Yvette, la TV. Se interrumpen en esta guerra tácita con episodios de violencia verbal, pero no física. Evrard se cansa de que su madre lo critique y moleste a cada rato. En el fondo, él es un cabezadura que odia dar explicaciones.

Brizé es artesanal y sutil con los personajes que construye, aunque la dirección actoral de ellos, por momentos, cae en espirales de repetición. Y eso es usado con fortaleza. Observen la brillante interpretación de Hélene Vincent (Yvette), quien con sus movimientos pausados -pero firmes, casi robóticos- parece ausente, en piloto automático hacia otra vida.

La meticulosa dueña de una casa -que simula una maqueta- repite su rutina de armar rompecabezas de 2.000 piezas (obvio, lo termina), es obsesiva con la limpieza y el orden (Alain lo padece), corta manzanas a cada rato y clasifica fotos viejas con puntillosidad.

Yvette lo planifica todo, sabe que está sola y no deja absolutamente nada librado al azar. Sí, hasta su final, donde decide contratar los servicios de una asociación suiza de suicidio asistido.

Algunas horas de primavera se anima a poner sobre el tapete un tema polémico: la muerte digna, la eutanasia. Pero el realizador francés no toma postura alguna al respecto, muestra el hecho imparcialmente donde la carga emocional de los personajes oprime y angustia. Hay que estar fuerte anímicamente para ver este filme.

La empatía con Yvette es inevitable, para bien o para mal. ¿Cómo sobrellevar la noticia de una enfermedad evolutiva (un tumor en el cerebro) que no tiene cura y te atormentará inesperadamente? ¿Hay que justificar a una mujer que envenena a su perro? ¿Alain es humano y natural al mantener una fría contemplación ante el trágico devenir de su madre? Este filme clava su aguja existencialista con preguntas (“¿usted siente que ha tenido una vida hermosa?”) donde pasado, presente y futuro luchan en el cuerpo de la mujer.

Los últimos minutos del viaje a Suiza, junto a su hijo, son devastadores. Ella cuenta todo lo que hace y a ella le cuentan todo lo que sucederá, con derecho a decir “no”. El digno camino hacia el final.