Algunas horas de primavera

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Una lección acerca del control

Stéphane Brizé (1966) no es un director muy conocido, aunque es obvio que pertenece a la escuela francesa. “Algunas horas de primavera” es su quinto largometraje y muestra un rigor formal que evidencia una sólida formación profesional e ideas claras.

En un tono intimista, narra los últimos días de una anciana, Yvette, en algún lugar de Francia, supuestamente cercano a la frontera con Suiza. Yvette vive sola con una perra en su apartamento, típico de clase media. Es obsesiva con el orden y la limpieza, y con el aseo personal. Por sus movimientos, se ve que cada día cumple una rutina invariable y tiene un control absoluto sobre todo su pequeño hábitat. Pero su vida se verá alterada con la llegada de Alain, su hijo de 48 años, cuya presencia la incomoda.

Resulta que Alain viene de purgar una condena de 18 meses en la cárcel por un asunto de contrabando de drogas. Era camionero y ahora está desempleado. Es un hombre solo, introvertido y no demuestra mucho afecto por su madre.

Tampoco hay manifestaciones de afecto de parte de ella. Se ve que la convivencia es forzosa y no deseada por ninguno de los dos. Apenas se hablan y cada movimiento de uno molesta al otro, sin proponérselo.

Hasta que Alain descubre el secreto que guarda su madre: tiene una enfermedad terminal y ha decidido acabar su vida en Suiza, en una clínica donde ofrecen practicar la eutanasia a pacientes desahuciados. A pesar de la dureza del caso, ninguno de los dos se permite emociones y pronto empiezan los reproches, la violencia y el pase de facturas entre madre e hijo, y alguna que otra mención al padre, ya muerto, como figura también conflictiva para ambos.

Alain consigue trabajo de basurero pero no lo conforma y renuncia. Seduce a una muchacha, Clémence, pero sus inseguridades lo hacen desistir de esa relación. Encuentra refugio en un anciano amigo de su madre, que en algún momento los tiene que contener a ambos.

El cuadro de situación es complejo y cargado de tristeza, aunque no llega a los golpes bajos ni al drama lacrimógeno.

Ni aún en momentos tan graves, madre e hijo consiguen aflojarse para confiar uno en el otro, aunque el vínculo es muy fuerte y tampoco se rompe. Sin decirse todo lo que tal vez hubieran querido decirse, finalmente se despiden y la anciana, acostumbrada a planificar su vida hasta el último minuto, cumple su voluntad a rajatabla, y su hijo la acompaña en su decisión sin protestar.

“Algunas horas de primavera” es un relato realista, minimalista, que se detiene en un momento de la vida de los personajes en el que uno llega al final y el otro tiene que remontar un mal paso y tratar de volver a insertarse en el mundo social. Con sólo un puñado de información, el espectador entiende que hay amargura, conflictos no resueltos, una abrumadora soledad y un vacío afectivo que hace difícil imaginar cómo podrían hacer para salir de su mutismo y parálisis.

¿Qué hará Alain cuando vuelva a la casa de su madre y ella ya no esté? ¿Podrá rehacer su vida y salir adelante? No se sabe, dependerá de él aprovechar las chances que la vida todavía le ofrece. Por su parte, Yvette concluyó las cosas como las programó, dejándole un ejemplo de orden, decisión, autoridad y control. Y también, en el abrazo del adiós, consiguen liberar un poco los sentimientos, a pesar de todo, en un final digno, como ella quería.