Algo con una mujer

Crítica de Marcos Ojea - Funcinema

ASESINATO SOBRE LAS TABLAS

Hay un rasgo común que atraviesa a varias de las ficciones que, desde que las salas dejaron de funcionar (suena apocalíptico, sí), se estrenan semanalmente por Cine.Ar: si bien trabajan sobre temas alejados de lo que suele proponer el cine nacional, y a pesar de tomar algunos riesgos formales, no logran superar una calidad media. Son películas competentes y con buenas intenciones, pero con algunos aspectos fallidos. Es un fenómeno curioso, con excepciones, y se podría intentar una explicación abordando la cuestión desde lo artístico, lo cultural, lo económico e incluso lo geográfico. Pero es un análisis que excede el propósito de esta crítica, y que también excede los límites de quien suscribe. La observación, en todo caso, resulta útil para pensar algunas cuestiones en torno a Algo con una mujer, una película que, como otras de su época, lo intenta sin conseguirlo del todo.

Con guion y dirección de Mariano Turek y Luján Loioco, el film se sitúa en un tiempo y un espacio políticamente convulsos: la Argentina de 1955 sirve como telón de fondo para contar la historia de Rosa (María Soldi), una ama de casa que trabaja de modista y pasa sus días encerrada y aburrida, con un marido que se deja ver poco en la casa, y que cuando lo hace, aparece armado y con el cuerpo golpeado. Rosa intuye, sabe, pero no pregunta. Es una esposa devota, silenciosa, que va al cine a ver películas de detectives para distenderse de los problemas que la cercan: un matrimonio con pocas satisfacciones, una rutina agobiante, la persecución por ser peronista, y un embarazo que nunca llega. Una noche, Rosa va a ser testigo de un crimen, y a partir de ahí, todo se va a complicar.

Algo con una mujer está basada en la obra de teatro La rosa, de Julio César Beltzer; el dato, que la mayoría de las veces no implica ninguna peculiaridad, en este caso resulta crucial para entender un problema que se extiende por toda la película, dando muchas veces la sensación de estar viendo teatro (bien) filmado, o incluso, un ensayo con vestuario. Sobre las tablas, los actores se mueven y hablan de una manera distinta a la que lo hacen frente a una cámara. Es una obviedad, porque cada formato requiere de características particulares para entablar una dinámica con el espectador, y es por eso que llama la atención lo que sucede con las actuaciones en la película. Es como si los modos del teatro se impusieran la mayor parte del tiempo; si uno cierra los ojos, es posible escuchar a un grupo de actores leyendo sus textos.

Dejando de lado el registro actoral (también víctima de diálogos demasiado literarios y afectados para parecer de otro tiempo), la película propone un policial que avanza con bastante seguridad, dejando caer algunos apuntes sobre el rol de la mujer en un contexto social opresivo, pero sin dejar que estas observaciones desplacen al relato. En una época apuntalada por un discursividad más preocupada por el qué que por el cómo, el detalle no es menor. La historia de Rosa como una improbable detective, a la vez víctima y victimaria, se construye como un ejercicio de género efectivo, quizás un poco lenta, pero capaz de mantener la tensión hasta un final que, sin ser una maravilla, se ajusta a la propuesta. Es una pena que el tránsito malogrado del teatro al cine termine por empañar una experiencia que, por lo demás, resulta atendible e interesante.