Alexander y un día terrible, horrible, malo... ¡Muy malo!

Crítica de Juan Samaja - CineFreaks

Una familia negadora

Alexander y un día terrible, horrible, malo ¡muy malo! : Una familia negadoraAlexander es un niño de 11 años que no está pasando por el mejor momento de su infancia; falto de popularidad, objeto de burlas por parte de los compañeros, incomprensión de los adultos (maestros y padres), etc. Sus padres, de actitud positiva hasta el desquicio, y sus hermanos, dos trogloditas insensibles y autocentrados, constantemente minimizan -e incluso ignoran- los problemas de Alex, como también los problemas propios. El día de su cumpleaños Alex se anoticia de que un compañero fastidioso y competidor adelantará su fiesta de cumpleaños para el mismo día en que Alex organiza la suya, logrando que ni siquiera sus mejores amigos lo apoyen. En el medio de esa desazón, y enfrentando la incomprensión familiar, a las 0:00, festejándose en soledad pide un deseo: que su familia tenga el peor día posible, para que finalmente entienda lo que es estar en sus zapatos. El deseo se le concede y el día comienza de la peor manera posible, estropeando todos y cada uno de los acontecimientos relevantes de los miembros de la familia.

La estrategia del paroxismo de una situación o un conjunto de situaciones que comienzan a desmoronarse inexorable y estrepitosamente, con niveles cada vez más elevados de grandilocuencia, constituye una de las fórmulas más antiguas -y probablemente de mayor eficacia- de la estructura cómica. Un caso notable y de excelente factura dentro de esta lógica lo constituye Hogar dulce hogar (The Money Pit), aquel film de Tom Hanks y Shelley Long en donde compran una casa enorme y vieja a un precio irrisorio, para terminar descubriendo que han sido cruelmente engañados con el estado de la casa, y cuya obra de refacción terminará siendo el infierno mismo.

El problema del film que nos ocupa presenta el principal defecto de una trama en extremo forzada y con pocos o ningún elemento adicional; las situaciones paroxísticas tampoco son demasiado efectivas, ni mantienen un ritmo de crecimiento orgánico. A esto se suma el defecto increíble de que la película comienza con el develamiento del punto de culminación del clímax en la primera escena (el resto de la película es un flashback); esta información destruye por completo el efecto paroxístico, pues es como presentar el remate del gag antes que el pie, y luego presentar nuevamente el pie junto al remate. Cuando se realiza esta fórmula de repetición se supone que el desenlace agrega algún tipo de información extra que resignifica o contradice la información presentada en el principio. Aquí eso no sólo no ocurre, sino que la repetición ni siquiera es un desenlace legítimo, pues la conclusión de la historia ha ocurrido unos minutos antes, a la salida del restaurant japonés. Lo que hace de este último momento una coda, más que una conclusión.

Un problema extra lo constituye que el núcleo del desenlace es una concatenación abusiva del Deus ex machina (finales resueltos mágicamente y de modo casi inexplicables): los desastres se hacen virtud sin motivo real aparente. La fiesta de Alex resulta un éxito, no porque sea finalmente querido y apoyado por su núcleo afectivo de amigos, sino porque el compañero fastidioso se enferma, y no habiendo mejor cosa que hacer, irán todos a su fiesta. El error de la edición del cuento infantil que prometía dejar en la calle a la madre (o al menos dejarla sin el ascenso prometido) inexplicablemente es razón de éxito y motivo de ascenso; las increíbles e irresponsables acciones que el padre realiza en sus entrevistas de trabajo, que parecían haber echado a perder toda oportunidad, lo llevan a conseguir efectivamente el puesto. Claro, el problema se intensifica, además, porque nada de esto es sorpresivo; el espectador ya ha visto en la mitad de la película que en la primera entrevista que el padre ha tenido con los empleadores lo que parece un desastre es motivo de una 2a reunión.

El único aspecto interesante del film (desde una interpretación adulta) es que el aparente éxito de los padres y de Alex es en verdad una negación de sus realidades afectivas, laborales y profesionales: el ascenso exitoso de la madre supondrá (como de hecho se menciona) una casi ausencia para su familia, y una especie de servidumbre a la empresa; mientras que la oportunidad del padre de Alex consiste en pasar de ser un prestigioso ingeniero espacial, con doctorados en física, etc. a obtener un puesto de diseñador de videojuegos para un grupo de jóvenes de veinte años. Este desenlace amargamente feliz me recuerda (sólo por el cinismo explícito) al desenlace del clásico Qué bello es vivir (de Frank Capra), cuyo final feliz oculta debajo de la superficie el amargo desenlace de un personaje cuyos sueños son destruidos por comp?eto. En este sentido es interesante cómo históricamente el género cómico sirve para vehiculizar temáticas (desocupación, explotación laboral de género, bulling, etc.) que fuera del contexto de la comedia podrían resultar incómodos o problemáticos.