Alanis

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

El quinto film de Anahí Berneri, "Alanís", fiel a su estilo, es un franco retrato de un mundo lleno de prejuicios, y del que poco se conoce, como el de la prostitución. Si algo caracteriza al cine de Berneri es que no se esconde detrás de sutilizas o disimulos. El suyo es un arte que va al frente y si tiene que chocar, choca.
Sin darle lugar al idealismo puede hablar de enfermos terminales, actrices en decadencia, madres colapsadas, o una pareja quebrada, con el mismo tono directo y desangelado. Siendo así, pocos realizadores más acordes que ella para retratar a un mundo como el de la prostitución.
Esa es la carta de presentación de su nuevo y provocador film. Alanís (Sofía Gala Castiglione) trabaja en un departamento junto a Gisela (Dana Baso). Ellas atienden hombres, pero nadie las maneja. Los problemas comienzan cuando la policía decide realizar un allanamiento, les piden una habilitación como casa de masajes, y terminan clausurando el lugar y llevándose a Gisela.
La posterior traición del dueño del departamento, Santiago (Santiago Pedrero), hará que Alanís termine en la calle. ¡Ah! Alanís tiene un hijo bebé. Con lo poco que tiene y Dante (Dante Della Paolera), su hijo, Alanís termina en casa de su tía Andrea (Silvia Sabater) que también funciona como local de venta de ropa femenina en el barrio de Once.
La relación entre ambas no es la mejor, y Alanís está acostumbrada a fingir, a mentir. Berneri no busca que nos compadezcamos de su protagonista, o en todo caso que lo hagamos de los infortunios que debe pasar y no de su trabajo en sí. Alanís en verdad se llama María, y escapó de su pueblo en el que ya hacía lo que hace pero de modo aún más precario.
Pero Alanís es Alanís, y no reniega de eso, prefiere ganar más dinero como puta que fregando el baño de una inválida. Sin hacerlo explícitamente, Berneri está planteando la necesidad de blanquear el oficio de la prostitución, de darle un marco legal y protección para que, quienes decidan ejercerla, no se encuentren desamparados.
Alanís necesita que la ayuden. El Estado, encarnado en la piel de una asistente social (Estela Garelli) le da la espalda. Quiere trabajar en la calle, pero Once es territorio de las mujeres caribeñas, y la competencia no está permitida.
Los clientes se rehúsan a un encuentro furtivo en el auto o en un telo. Todo se hace cuesta arriba, y ella deambula por la ciudad buscando esa mano que le permita libremente ser lo que es, una puta. Sofía Gala Castiglione es un huracán de talento. Nació para ser actriz, y su expresividad es absoluta. Alanís no puede tener otro cuerpo que no sea el de ella.
No es una puta fina, es una trabajadora sexual, que se la rebusca como puede, y si su figura no está modelada, no por eso la va a esconder. Cada frase que pronuncia, cada postura, suena convincente, y le entrega el alma a una directora como Berneri que, se sabe, gusta de llevar a sus actores al extremo.
Dana Baso, Silvia Sabater y Carlos Vuletich (como Román, la pareja de Andrea, y quizás el único que entiende a Alanís) todos están correctos en sus roles secundarios de un protagónico absoluto, demostrando no solo el talento de estos actores, sino la sobrada mano en la dirección actoral de Berneri. Y ahora sí, hablemos de Dante Della Paolera.
Dante es el hijo real de Sofía Castiglione. Más allá de la lógica conexión palpable que permite trabajar con el propio hijo, pocas veces se puede observar en pantalla tanta soltura en un chico que no llega a los cuatro años. El nene obedece todo lo que tiene que hacer en cámara, y lo que no, se improvisa, pero con una soltura increíble.
Las escenas de Alanís con Dante claramente serán las más humanas, y por ende, lo mejor de la película. Muchas veces, los bebés pasan por “decorado”, como un detalle enternecedor y nada más.
Aquí Dante es un personaje más, con actitudes propias frente a lo que vive su madre. Naturalmente, el talento frente a la cámara, corre holgadamente en los genes de la familia. "Alanís" es un film salvaje, pero Berneri lo dosifica de una frescura que no lo hace difícil de ver. A diferencia de su anterior propuesta "Aire Libre", precisamente, le otorga aire, nos da respiro, y hasta permite que la que quizás sea la escena más dura de la película termine siendo de algún extraño modo, muy graciosa (otra vez, el talento de Sofía al rescate).
Pocas veces el mundo de la prostitución fue tan explícito como en "Alanís", y no es referencia a una cuestión sexual.
Es explícito en cuanto a la franqueza y certeza de lo que se quiere mostrar, no busca eufemismos, ni un erotismo soft para atraer a la platea. Aquí el sexo es sexo, como lo es cuando uno ejerce una rutina de trabajo. Berneri demuestra nuevamente ser una directora única en el panorama del cine argentino.