Alanis

Crítica de Felix De Cunto - CineramaPlus+

El último largometraje de Anahí Berneri (directora de Un año sin amor, Encarnación, Por tu culpa y Aire libre) inicia de forma contundente en la privacidad de su protagonista. Alanis vive con su amiga Gisela y su bebé Dante de apenas un año y medio, en un departamento que funciona al mismo tiempo como hogar y lugar de trabajo: las dos son prostitutas. A partir de una serie de denuncias la policía toma conocimiento de la situación, y haciéndose pasar por clientes ingresan a la fuerza y se llevan detenida a Gisela, dejando a una madre y su hijo prácticamente tirados en la calle. Lo que sigue de aquí en adelante es un manual de supervivencia, un peregrinaje maratónico por ese micromundo kitsch que es Once, todo impulsado por la energía que una circunstancia así solo puede otorgar el amor filio-maternal.

Gracias a la potencia y la frontalidad de Sofía Gala a la hora de construir su personaje -clausurando en el espectador cualquier tipo de prejuicio moral por las acciones que se ve obligada a cometer- el relato avanza con la urgencia de alguien cuyos pies tocaron fondo y ahora debe recaer nuevamente en el uso del cuerpo para ascender, pero esta vez parando en las esquinas a sabiendas de los peligros que corre. Su tez es demasiado blanca para ofrecerse en los alrededores de Plaza Miserere y las dominicanas de la zona se lo dejaran bien clarito. Estamos ante un cuerpo con una doble funcionalidad: cuando no sirve de refugio y alimento para su hijo, funciona como “herramienta de trabajo”, se vuelve pura mercancía. En esta línea, su figura sutilmente iluminada rebota contra los espejos, quedando duplicada, a veces fragmentada y hasta incluso marginada en alguna esquina del encuadre.

Así y todo, es posible encontrar algún que otro respiro, un remanso entre tanto pantano urbano. Del contraste entre el derrotero del personaje de Sofía Gala y los instantes de distención que ofrecen las secuencias con su hijo, nace el equilibrio. Punto aparte para la “actuación” improvisada del pequeño Dante, quien por disciplina, alineación de los astros o perspicacia de la directora, llora justo cuando tiene que llorar, ríe cuando tiene que reír, y hace del “pedir la teta” (esa misma teta que en otras escenas será prestada a quienes paguen por ella) un leit motiv cómico, que hace olvidar por completo la situación desfavorable en la que están envueltos.

En algún sentido se podría decir que en Alanis lo documental se hibrida con la ficción, no con la misma turbulencia documental de La noche , de Edgardo Castro, donde la periferia de Plaza Miserere y todo su círculo nocturno de drogas, strippers, travestis y prostitutas era registrada con un alto grado de exposición que por momentos rozaba lo obsceno. Pero sí, en la película de Berneri las trabajadoras sexuales que aparecen lo son en la realidad. La calle, los negocios, los hoteles alojamiento y las diferentes locaciones son captados sin artificios, casi al desnudo, lo que no implica tampoco una limitación en términos de calidad de imagen o prolijidad. Por más reducidos que estos espacios sean, la directora se las ingenia para encuadrarlos con un sentido geométrico único, como si jugara al tetris con ellos.

A Berneri le bastan solo tres días en la vida de Alanis, madre y prostituta, para dar un pantallazo general de la inestabilidad laboral, de la estigmatización y de la situación hostil en la que se encuentran las trabajadoras sexuales. Sin embargo, antes de tomarse todo tan a la ligera hay que especificar una cosa y es que la película de ningún modo pretende ensuciarse las manos metiéndose en el mundo de la trata, solo ilustra el tabú que hay en quienes practican este oficio a través de una mujer específica, individualizada y en teoría “independiente”.

La obra pone sobre la mesa un abanico de cuestiones que van desde lo judicial y lo burocrático, pasando por la sordidez de las calles, hasta el fuero íntimo y la libertad en las elecciones personales (limpiar baños ajenos en vez de salir a ofertar el cuerpo también es para Alanis una forma de ser presidiaria). ¿Quién decide entonces que ser empleada doméstica es más digno que ser prostituta? ¿Por qué una sociedad –y todo su aparato cómplice- apuntan con el dedo y denigran a quienes ejercen esta profesión? Los interrogantes que se plantean son directos e incisivos. Están ahí para tocarnos el hombro y de un manotazo sacudirnos la cabeza hasta que se nos caiga la venda de los ojos. Por más alianzas que puedan hacer entre ellas, por más auxilio que se puedan otorgar, hay una deuda estatal, un prejuicio social, una situación realmente inestable que hace que las meretrices sigan condenadas al éxodo.

Por Felix De Cunto
@felix_decunto