Alamar

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Un mensaje sencillo y profundo

El amor es un sentimiento que trasciende fronteras, es un idioma universal accesible para todos y cuando se presenta, no es posible escapar de él. El amor es el tema central de la película “Alamar” del joven realizador mexicano Pedro González-Rubio.

Basada en una historia real, tratada con características de documental, la narración adquiere una dimensión casi metafísica. Jorge es un joven buceador que vive en el Caribe mexicano, en la zona del Banco Chinchorro, uno de los arrecifes más grandes del planeta. En un verano, conoció a una turista italiana, Roberta, se enamoraron y tuvieron un hijo, Natan. Después de un tiempo, ella quiso volver a su país y se fue con el niño. Jorge siguió con su vida en el mar.

Cuando Natan tiene cinco años, va a México a pasar una temporada con su padre y todo lo que ocurre durante su estada con él es el desarrollo principal de la película.

Jorge vive en una casa de madera sobre pilares, un palafito en la orilla del mar, como otros pescadores. Durante el día, en una pequeña embarcación, navega mar adentro hacia los lugares propicios para la pesca, que se realiza bajo el agua y con harpón.

Tímidamente, Natan va tomando contacto con ese mundo tan diametralmente opuesto a su universo cotidiano en una ciudad europea. En el Caribe impera la sencillez, la pobreza de recursos materiales, pero encuentra un mundo natural maravilloso, totalmente a su disposición.

La cámara de González-Rubio va registrando cada detalle que el niño descubre, cada experiencia nueva, siempre junto a su padre, que lo cuida, lo protege y le enseña a entender y a disfrutar del entorno.

En el relato escasean las palabras, no hay mucho para decir, apenas lo elemental, y sí mucho por experimentar. Desde las tareas en la casa hasta el cuidado de las embarcaciones y lo más emocionante, las aventuras bajo el agua, entre los arrecifes, en medio del mar.

Natan toma contacto y aprende a reconocer cada producto que su padre extrae desde las profundidades, los peces y frutos de mar que se irán acumulando sobre la embarcación y que significan el sustento diario de Jorge y de su padre, quien lo acompaña cada día. Una tradición familiar, que pretende transmitir a su pequeño hijo, a pesar de que la mayor parte del tiempo vivan distanciados.

La seducción

Y el espectador, seducido por las elocuentes imágenes, cargadas de belleza y de significaciones, aprenderá a conocer esa parte del mundo a la par de Natan y se dejará llevar, con absoluta confianza, como el niño se entrega al cuidado de su padre y de su abuelo.

Lo que consigue González-Rubio es reunir en unos 70 minutos un mensaje sencillo y profundo a la vez, que habla de las diferencias pero también de la convivencia, y al mismo tiempo, aprovecha para mostrar uno de los lugares más bellos del planeta, de gran interés no sólo para el turismo sino para la comunidad científica y la conservación de la naturaleza.

Un cúmulo de información en un largometraje, tomando como eje la relación fundamental padre-hijo-naturaleza, en un viaje iniciático.

Una belleza.