Alamar

Crítica de Juan Carlos Fontana - La Prensa

Una notable experiencia de vida

La película de González-Rubio hereda lo mejor del cine documental y antropológico y lo hace con recursos cinematográficos muy austeros y muy precisos.

La "opera prima" del cineasta belga Pedro González-Rubio habla de una experiencia intransferible, la de un padre y un hijo. El hombre le enseña al niño algunos de los secretos de la vida a través de la convivencia diaria con la naturaleza.

Se dice que en los primeros años de vida han cosas que dejan marcas para siempre y esta historia desde ese punto de vista es una apuesta inigualable al amor y a la vida humana.

En "Alamar" todo parece coincidir para que el espectador pueda creerse partícipe de una sensación única: que es posible sentirse uno más dentro de la inmensidad del universo. Como cuando se observa a los protagonistas viviendo en un lugar tan paradisíaco y agreste, como el Banco Chinchorro, en México, una zona en la que los corales, en el fondo del mar, resultan un espectáculo de belleza conmovedora.

TRES GENERACIONES

Hasta ese lugar, para visitar al abuelo, van Natan de cinco años y su padre, un descendiente de mayas, que se enamoró de una italiana y juntos tuvieron ese pequeño. Este vivirá el tiempo que muestra el filme, con su padre y ya sobre el final, aparece en Italia con su madre.

¿Por qué se separaron estos padres? Porque el amor parece resultar muy efímero, cuanto se da entre culturas tan distintas y una vez pasado el rato de novedad, de descubrimiento del uno hacia el otro, eso que parecía para toda la vida, llega rápidamente a su fin.

Pero lo que intenta reflejar González-Rubio es una herencia de vida, la de un abuelo a su hijo y la de éste a su retoño. Tres generaciones de hombres que viven en una casucha de madera en mar abierto y casi desnudos salen todos los días a pescar para vivir. Cuando llueve es simple: el abuelo lee viejos libros y el padre y su hijo juegan.

TESORO UNICO

El pequeño Natan en esos primeros años de su vida junto a su padre, adquirirá un tesoro único, que nadie le podrá arrebatar. El hombre le enseña al pequeño a comunicarse con los animales (la escena de la pequeña garza blanca es un hallazgo cinematográfico, por su simpleza y su significado), a amar a la naturaleza y a no temerle a un mar, que es para disfrutar y convivir con él, como si fuera un miembro más de la familia.

"Alamar" parece un documental de National Geographic, tiene una fotografía del mismo director que resulta avasallante y exquisita por los escenarios elegidos y a la vez sus protagonistas actúan con tal naturalidad, que la cámara parece ausente en el rodaje.

La película de González-Rubio hereda lo mejor del cine documental y antropológico y lo hace con recursos cinematográficos muy austeros y muy precisos.