Alamar

Crítica de Diego Lerer - Clarín

El sol, el agua, el cielo y la Tierra

Bello relato sobre padre e hijo conviviendo con la naturaleza.

Un filme que mezcla ficción con documental, Alamar , de Pedro González-Rubio, es la clase de películas que consiguen impactar a los jurados de los más exigentes festivales y al público por igual, algo muy poco habitual, al menos en los últimos años. Ganadora del premio del jurado y del público en el BAFICI 2010, el “milagro” del filme mexicano está en presentar una historia sencilla, con formato de documental observacional, pero que hace centro en una muy universal (y, a la vez, particular) relación entre padre e hijo. Y, especialmente, porque transcurre en un bellísimo arrecife de coral donde esta familia pasa una temporada viviendo, literalmente, en el medio del agua, entre peces, aves y un mar turquesa.

La historia parte de un hecho real y está filmada como tal, pero son varios los elementos ficcionales que la enmarcan. Natan es el hijo de la relación entre Jorge, un mexicano, y Roberta, una italiana que, después de un tiempo juntos, se han separado. Natan vive en Italia, con su madre, y viaja a México a pasar una temporada con su papá, un verdadero hombre de mar: pescador, medio hippie, relacionado con la naturaleza de una manera que es inédita para el chico de ciudad.

El filme contará su experiencia en conjunto, con un hombre mayor (¿el abuelo?) también siendo parte del grupo familiar que vive en esa suerte de choza algo precaria en el medio del agua. Natan deberá aprender a bucear, a pescar, compartirá comidas y juegos con su padre, se “enganchará” con una paloma, Blanquita, que circula alrededor de la casita permanentemente. Pero, básicamente, forjará una relación con su padre en ese marco que seguramente será inolvidable a lo largo de su vida.

Por momentos la película se torna algo National Geographic, casi mostrando un paraíso abandonado en el medio de la Tierra, con sus personajes bajo el agua celeste seguidos por una cámara subacuática. Pero pronto queda claro que no todo es sencillo ni simple ahí, y que la naturaleza tiene sus costados oscuros. De cualquier manera, el centro es la relación que Natan y Jorge tienen entre sí y en contacto con esos elementos. No tienen necesidad de hablarse ni decirse mucho (salvo alguna excepción, que es tocante por eso, por ser excepcional). Lo que hacen es estar juntos y compartir experiencias. El mundo que arman alrededor suyo siempre será de los dos.