Aladdín

Crítica de Lucas Moreno - La Voz del Interior

La tegia de marketing es elogiosa: los niños de 1992, año en que se estrenó la versión animada de Disney, ahora tienen hijos. Dos sectores etarios: uno menor de edad –quizás poco interesado en una fábula de Las mil y una noches– será arrastrado por otro financieramente activo, víctima del chantaje nostálgico del live-action (nombre dado a las películas con actores reales, en oposición a las animadas).

Ojalá el problema se redujese a la fantasía de descubrirle poros y vellos faciales a los dibujos de infancia.

Cuando la bidimensionalidad del lápiz se transforma en la maña del CGI (Imágenes Generadas por Computadora), lo que se pone en jaque es la confusión de la memoria, el retorno traumático a una educación sentimental que nos constituyó pero que ya no nos representa.

¿Aladdín sigue siendo el héroe que anhelamos ser? ¿Un joven forzado al hurto que literalmente resigna sus deseos para obtener el beneplácito de la realeza?

La historia de Aladdín, al igual que la de La Bella y La Bestia, nunca dejó de tener como partículas elementales el amor romántico y la humillación de clase.

El live-action es un género histérico que se nutre del pasado pero que lo niega con otros modales pictóricos. El espectador adulto sufre la encrucijada de revivir una moraleja disonante e imponérsela a las nuevas generaciones. Los mismos realizadores notan este colapso de épocas e intentan parcharlo con ribetes argumentales fuera de lugar.

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COMENTARIO DE CINE
Una moraleja disonante para las nuevas generaciones: nuestro comentario de "Aladdín"

La remake del clásico de Disney, esta vez con actores reales, repite esquemas de amor romántico y humillación de clase.

lmoreno
LUCAS ASMAR MORENO
Viernes 24 de mayo de 2019 - 16:33
Actualizado: 24/05/2019 - 17:00
La estrategia de marketing es elogiosa: los niños de 1992, año en que se estrenó la versión animada de Disney, ahora tienen hijos. Dos sectores etarios: uno menor de edad –quizás poco interesado en una fábula de Las mil y una noches– será arrastrado por otro financieramente activo, víctima del chantaje nostálgico del live-action (nombre dado a las películas con actores reales, en oposición a las animadas).

Ojalá el problema se redujese a la fantasía de descubrirle poros y vellos faciales a los dibujos de infancia.

Cuando la bidimensionalidad del lápiz se transforma en la maña del CGI (Imágenes Generadas por Computadora), lo que se pone en jaque es la confusión de la memoria, el retorno traumático a una educación sentimental que nos constituyó pero que ya no nos representa.

¿Aladdín sigue siendo el héroe que anhelamos ser? ¿Un joven forzado al hurto que literalmente resigna sus deseos para obtener el beneplácito de la realeza?

La historia de Aladdín, al igual que la de La Bella y La Bestia, nunca dejó de tener como partículas elementales el amor romántico y la humillación de clase.

El live-action es un género histérico que se nutre del pasado pero que lo niega con otros modales pictóricos. El espectador adulto sufre la encrucijada de revivir una moraleja disonante e imponérsela a las nuevas generaciones. Los mismos realizadores notan este colapso de épocas e intentan parcharlo con ribetes argumentales fuera de lugar.

La caracterización de Jazmín es la más hipócrita: una princesa del Medio Oriente que con el don de la palabra revierte un sistema político. Hasta le compusieron una canción llamada Sin palabras, en donde a medida que canta desaparecen los hombres.

Y al mismo genio, en un afán de humanización, le inventan un affaire con una acompañante de Jazmín.

Estos revoques a contramano no dejan de enfatizar el anacronismo de las partículas elementales. Aladdín, pese a su look hippie-chic y su talento para el parkour, nos sigue adoctrinando sobre la plenitud del amor romántico.

¿Acaso viajar de noche en alfombra al son de un bolero sigue siendo la clave del enamoramiento interclasista?

Disney también creó Frozen, una pieza que desde su génesis se atrevió a otra estructura sentimental. Ése será el camino a seguir y no éste, de remakes técnicamente vanidosas pero coyunturalmente ridículas.

Es elocuente que la Aladdín de Guy Ritchie encuentre su único momento desenfadado tras la leyenda “The End”, cuando ya desligado del clásico animado, homenajea a Bollywood con una coreografía. El triunfo del sinsentido, no obstante, es apenas una limosna.