Al diablo con las noticias

Crítica de Enrique D. Fernández - A Sala Llena

La noticia rebelde.

Algo que admiro de la comedia americana actual es la magnitud sadista que maneja respecto a los dilemas sociales y morales que uno puede tildar de delicados, en tanto consensuados por los medios. Desde cuántos chistes sobre judíos pueden meter en un capítulo de Padre de Familia, a la falta de filtro frente a referencias post 9/11. Esto me obligó a encariñarme con comediantes artísticamente psicóticos, juglares idiotizados, pero no por eso carentes de cierta bajada de línea.

Viendo Al Diablo con las Noticias, la tan esperada secuela de El Reportero, aquella bizarreada del 2004 comandada por el desaforado Will Ferrell, no pude evitar festejar la cantidad de chistes racistas y misóginos que ésta dispara a quemarropa. Allí lo tenemos a Ferrell, encarnando nuevamente al conductor estrella Ron Burgundy, hablando frente a cámara con su tono canchero, advirtiendo a los ciudadanos sobre las consecuencias del crack mientras comparte una pipa en el estudio; y a la vez pienso en el Mugatu de Zoolander diciéndonos cuánto le divierte a los chicos esclavos de Malasia trabajar en las textiles.

El que me regocije de la risa sin culpa se debe al atractivo hilarante que despierta Ferrell, el Hannibal Lecter sin bozal de ese semillero radical que es Saturday Night Live, y la triste realidad camuflada que alguien como Burgundy nos puede decodificar.

La historia nos sitúa a principios de los ochenta, un tiempo después de los eventos sucedidos en El Reportero. Ahora Ron y Verónica (Christina Applegate) están felizmente casados, tienen un hijo y lideran el prime time de noticias de San Diego, pero luego de que el presidente del canal despidiese a Ron y ascendiera a Verónica, éstos se separan, dejando a nuestro reportero en la ruina artística. Tentado para formar parte de una nueva señal que inauguraría el formato de noticias durante 24 horas, Ron sale a reunir a su antiguo equipo de presentadores (Steve Carell, Paul Rudd y David Koechner) y no descansará hasta volver a ocupar el lugar que le pertenece dentro de los medios.

Si la primera entrega resaltaba el accionar de una sociedad machista frente a la amenaza femenina en el ámbito laboral, esta secuela se permite apuntar más alto con la degradación de una mujer de color (desopilante la escena en que Ferrell no puede parar de repetir la palabra “negra”), sumando las demandas de una naciente televisión basura, fruto de la desigualdad urbana que se incrementaba hacia fines de los setenta. La ligan australianos, canadienses, el blaxploitation, y una larga lista de perjudicados. Y por si esto fuera poco, una batalla de cameos sorpresa que incluye un fantasma y hasta un minotauro.

Al Diablo con las Noticias es la deformidad psicodélica de un monstruo que a Ferrell y el director Adam Mckay se les salió de control hace una década atrás, a consecuencia de una fórmula que se sabe anárquica y anabólica. Una joyita compartida entre amigos que con el tiempo se infló tanto que su contraataque no podía ser menos delirante.