Al diablo con el amor

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

Un vestido y muchas flores

El nombre de Nia Vardalos quedó grabado en la memoria de un significativo número de gente cuando, en 2004, una película escrita y protagonizada por ella se convirtió en el bombazo cinematográfico del año. Su comedia romántica Mi gran casamiento griego, de 5 millones de dólares de costo, se convirtió en un fenómeno mundial, puso fugazmente de moda algunas canciones, algunas películas sobre el tema de la inmigración en las grandes urbes y en la taquilla reunió más de 370 millones de dólares. Una locura.

El jueves, Vardalos regresó al circuito de exhibición de Córdoba convertida en directora de su primera película, Al diablo con el amor. Y si en la que la consagró interpretaba a la hija de un griego que no hacía caso al mandato de su padre y se enamoraba de un típico norteamericano rojizo y anglosajón, ahora es una neoyorquina afianzada (en la vida real ella es canadiense), dueña de una floristería, que no logra vencer sus propios temores para enamorarse.

Tan trabada está la mujer, que con cada hombre que conoce aplica el mismo molde vincular: cinco citas y, sea cual sea el resultado, a otra cosa. Hasta que en su camino se cruza un hombre distinto, o su propio proceso de maduración la lleva a una rinconada dónde le es imposible seguir refugiándose en sus evasivas de siempre.

El distinto
Él tiene un restaurante de tapas españolas casi contiguo al de ella, su propia mochila de vivencias, y las mismas ganas de enamorarse pugnando por salírsele a través del pellejo. Las citas se suceden en perfecta armonía hasta que un malentendido lleva el conflicto a su máxima tensión, y el suspenso gana envergadura frente a las risas.

El espiral inflama otras regiones de la vida personal de la protagonista, en especial el pasado de sus padres divorciados, pero no mucho más. Es que Al diablo con el amor se contenta o elige manejarse dentro de esa pequeña escala, como si de componer una melodía pegadiza, con dos o tres notas, se tratara. Para algunos espectadores, en determinado momento, todo eso hasta puede ser suficiente. Pero para otros no.
Como siempre en estos casos se trata pura y exclusivamente de gustos personales y por qué no del azar.