Al desierto

Crítica de Alejandra Portela - Leedor.com

Julia (Valentina Bassi) necesita trabajo, no le alcanza con su puesto de camarera en el Casino de Comodoro Rivadavia. Un cliente, Gwynfor, escucha una conversación con su compañera al respecto y le ofrece llevarla hasta la petrolera donde están abriendo puestos administrativos. Rápidamente la película de Ulises Rosell (Bonanza, El etnógrafo) se mete en el espacio que el título promete y del que el relato no va a salir más. Ya en la camioneta, Julia se da cuenta que no hay petrolera, ni trabajo, ni nada de lo prometido y tras un intento de escapar, el vehículo vuelca, saliéndose de la ruta.

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Allí se abre la amplitud de la estepa patagónica. Y los dos personajes empiezan a caminar, casi sin parar. La película no ahorra bellos paisajes, fogatas en medio de la roca, descansos bajo algún árbol que protege del sol arrasador. La fotografía de Julián Azpeteguía es precisa y rigurosa, envuelve a los personajes pero nunca los domina: ellos siempre encontrarán algún refugio o algún rancho perdido. En paralelo, la policía comienza la búsqueda de la chica desaparecida con la ayuda de un baqueano, un Germán Silva siempre solvente.

Con pocos diálogos, Al desierto es una película de actores que se muestran en su exterioridad.

No parece haber conflicto en ese acto de arrebatamiento primitivo del hombre llevándose a una mujer desierto adentro con un fajo de dinero en el bolsillo. ¿Intentando armar una familia? El problema de Al desierto es ideológico. Julia no es cautiva. Es víctima de trata. Hay una distancia histórico-temporal entre una y otra. La cautiva es la mujer blanca arrebatada por el indio durante la conquista del desierto en Argentina en el siglo XIX. Julia es secuestrada por un blanco, rubio más precisamente, en uno de los contextos más agudos de la trata de personas. No se define en ningún momento por qué o para qué ese rapto. Según él,ella está ahí por sus propios medios y puede irse cuando quiera. Cosa que durante buen rato, y peligrosamente, Julia asiente.

La osquedad del personaje de Jorge Sessan (qué bueno que el cine argentino haya recuperado a este actor) y su mezcla de ternura, cierta dislocación en el de Valentina Bassi refuerzan aún más esta peligrosidad de creer que un hombre tiene derecho a llevarse por la fuerza a una mujer y hacerla suya, y de que ese acto no solo no es conflictivo sino que puede haber enamoramiento.

Esto no es amor, insisto, es trata.

Seleccionada para la competencia Internacional en el reciente Festival de Mar del Plata, y antes participó del Festival de San Sebastián.