Akelarre

Crítica de Gastón Dufour - Cinergia

Viaje al pasado con una mirada moderna

En una época como la que vivimos en la que la histeria colectiva ha dado un nuevo paso en la escala evolutiva fusionándose casi perfectamente con la cacería de brujas en una simbiosis brutal tanto como estúpida, desparramando desde los diversos poderes (sobre todo los que cargan con una abultada inoperancia) la idiotez del enemigo que no se ve o se desconoce, Akelarre es como una muestra gratis de lo que se vivía en la Europa del siglo XVII y se trasladó a la época moderna en forma de lo que firmemente está bien o mal, según quién lo señale.

Y es que ciertos discursos se vuelven más peligrosos cuando viajan de la paranoia a la zoncera oficial sin límites, poniendo en riesgo la poca cordura que le queda a la humanidad. Porque, seamos justos, venimos hace rato funcionando con el olor de la nafta, esperando llegar pronto a la siguiente estación de servicio. La revisión que el director Pablo Agüero hace en Akelarre de los tópicos que menciono, además de hacer hincapié en la mirada del erotismo como algo oculto y peligroso (para quienes no pueden controlar sus impulsos), prefiere poner la culpa en quien “desencadena” y toma acciones desbordadas en las diferentes cuestiones de la vida social y política: “la culpa es de quien me provocó” “Yo me equivoqué pero mi intención es buena, el otro lo hizo peor”.

(Alerta spoiler a medias)

El final de la película es místico pero no por cuestiones de irrealidad mágica: los sucesos son los que se imponen por la locura del perseguidor. La estética buscada (y lograda) por Agüero es acorde y lleva al espectador a un recorrido que se siente como presencial. Un plus aparte para el trabajo sonoro, uno de los puntos que explica los premios obtenidos en España en esta muy buena coproducción argento-española- “netflixera”. La producción cambiando el ángulo de mirada, enfocando en las reacciones de las jóvenes con las que podrían ser unas adolescentes alocadas del hoy, acusadas falsamente por la ceguera y la obsesión enferma de un inquisidor pero en un contexto en que cualquier muestra de naturalidad era una amenaza. La película, rodada con actrices de la zona elegida como locación, y hablada en el dialecto local (Euskera) absorbe de alguna manera el empuje de energía y de lucha que flota allí, ante la “chatura” que deseaba imponer la inquisición de la mano de Pierre de Lancer, quien inició por entonces la caza de brujas más bestial de la época.

Akelarre es una muy buena muestra de cine con excelente utilización de las herramientas técnicas a favor del relato.