Ajami

Crítica de Andrea Migliani - Puesta en escena

El film multicultural desde varios ángulos revela una realidad insoslayable, una convivencia precaria y múltiple.

Ajami, que da título al film, es un barrio muy humilde dentro de Jaffa (localidad que depende de Tel Aviv). Y es además un film que intenta mostrar sin concesiones la convivencia en un lugar que antiguamente habitado sólo por palestinos es hoy un espacio donde convergen judíos, musulmanes y cristianos. Si además agregamos que sus directores son Yaron Shani, judío de origen y Scandar Copti, palestino de pura cepa, no queda más que asumir que Ajami es un film polifónico en el mejor sentido.

Con mucho de estética documental pero con el dramatismo de una ficción, Ajami muestra sucesos sin conexión cronológica o lineal pero en los que el estallido siempre a punto de ocurrir, el peligro de la explosión y la dificultad propia de una zona en litigio permanente, van narrando las vidas de Malek (Ibrahim Frege), Dando (Eran Naim), Binj (en la piel de uno de sus los directores, Scandar Copti) y Omar (Shahir Kabaha).

Omar y Malek tienen deudas, el primero por asunto de drogas, el segundo porque su madre está seriamente enferma. Nasri el hermano menor de Omar descubre que la vida no es una promesa allí sino más bien una misión que se cumple si llegas a la noche o despiertas a la mañana siguiente. Mientras que Dando es un policía cuyo hermano ha caído en la pelea a manos de un palestino.

Si el telón de fondo es lo básicamente territorial y étnico, no es usado aquí como condición única de narrar esta historia, sino como un dispositivo que permite un enfoque más de lo que las mafias que se encuentran enquistadas a lo largo y ancho de todo el mundo pueden hacer también allí, mientras un misil es disparado. Porque la película de Shani y Copti va asumiendo en sus secuencias, el tono de un thriller de esos que se pueden desarrollar en El Paso o Ciudad Juárez. Y porque su mayor logro es usar la etnicidad, lo cultural y lo religioso no como condición de posibilidad sino como fondo. Su estructura de cuatro secuencias y un desenlace ordena para el espectador ese formato que ya ha sido dado en otras “vidas cruzadas” pero en un contexto que de por sí difícil, muestra cómo el dolor de una coexistencia convulsa se suma a las miserias cotidianas.