Aires de esperanza

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

Cada vez más lejos está Jason Reitman de aquella película revelación que fue La joven vida de Juno, la comedia dramática sobre la adolescente que quería entregar a su bebé en adopción compartida con un matrimonio joven y próspero.

Toda la presión no pareció ser absorbida por Reitman después de llevarse un Oscar a mejor guion y tres nominaciones. Si bien consiguió algunos beneplácitos más por su trabajo, pareciera estar luchando contra el trauma de haber puesto una vara demasiado alta en su camino. De hecho, en Aires de esperanza hay una búsqueda en ese sentido. Reitman prueba con un género nuevo para él, como es el drama, matizado con suspenso y romance, y la intención de no dejar apagar la llama de su personalidad como narrador está presente y es notoria.

En un pequeño pueblo norteamericano, una mujer separada y su hijo se encuentran casi a la deriva; ella algo deprimida; el jovencito, sin la contención necesaria, pero con la entereza necesaria para ir armándose a sí mismo pese a todo. Prueba de ello es que la historia está narrada por él, con asombro, serenidad y temor.

Un buen día, se les presenta un desconocido en un supermercado, que se invita a la fuerza a su casa. En el noticiero muestran la foto de ese individuo diciendo que escapó de la cárcel. Está herido y luce como una real amenaza.

La película empieza a partir de aquí a perseguir una proeza: convencer al público de que la madre y el niño puedan llegar a querer al fugitivo en tres días de convivencia y éste también a enamorarse de la mujer. ¿Para qué tanto apuro? Según el cineasta, para lograr inmediatez, realismo, palpitaciones. Por eso también el título original de este trabajo: Labor Day, o Día del Trabajo. Un feriado para que la vida de tres personas gire 180°. No que sea imposible, pero difícilmente creíble en esta versión.

Quizá esa incongruencia sea la razón del estilo cinematográfico elegido. Las escenas son deliberadamente lentas. No aburridas, pero la cámara se mueve sin prisa casi desde el principio hasta el final, como queriendo extraer la mayor cantidad de sentidos posibles a lo que muestra, sea una manzana mordida sobre una mesa o una gota brillando en la cornisa de un ojo. Esta no es la velocidad a la que vivimos.

Cierto es que este ritmo termina generando costumbre (aunque de verdad quizá sobran algunos minutos) y surge la tentación de seguir el hilo de la historia por sus a veces ingenuos y a veces intrigantes senderos.

Los actores están extraordinarios, y el espectador tiene tiempo para apreciarlo. Kate Winslet, que hace rato está más allá del formato de belleza de una estrella de Hollywood, afortunadamente, sabe cómo representar a una mujer real. Josh Brolin, el convicto, aporta una intensidad impresionante en su papel.