Aires de esperanza

Crítica de Mariano Torres - Fuera de campo

Caso atípico el de Jason Reitman: de haber realizado algunas de las películas independientes más interesantes de los últimos tiempos (Juno, Up In The Air) evitando todo tipo de clichés y golpes bajos en el género dramático, pasó a realizar un film completamente opuesto, que abunda en lugares comunes y cursilerías. Por momentos, la melancolía y el lirismo de los personajes resulta tan forzada que desemboca en situaciones risibles, de esas que, de no ser por el tono pretendidamente serio de la película, uno podría jurar que pertenecen a una parodia.

El título original del film es Labors Day (o sea, Día del Trabajador, cuyo feriado resulta funcional y clave para el argumento de la película) pero por una vez la intepretación al español termina siendo más acorde a la trama: ​Aires de Esperanza, título que, sin duda, podría pertenecer a cualquier telenovela de las 2 de la tarde. Ahí radica pues el mayor problema del guión de Reitman: la historia es la fantasía de cualquier ama de casa soltera y aburrida, donde un príncipe azul -oculto tras el disfraz de un reo- aparece de la nada, enamora a la protagonista, y le promete un cambio de vida. Aquí la triste ama de casa es Kate Winslet, divorciada con un serio trastorno depresivo y un hijo que la cuida de sí misma, y el reo es Josh Brolin, un convicto que acaba de escapar de la cárcel y se refugia bajo el techo de esta familia desmembrada. Una tacita de café, masajes, recetas mágicas con sabor a dulzura, y así una cosa lleva a la otra, y el amor florece donde ya no parecía haber tierra fértil. Diálogos como "no puedo darte una familia" (ella) y "ya me la diste" (él), empalagan el resto de la película.

Sin embargo, no todo es un desperdicio: la labor de dos grandes actores como Brolin y Winslet, con la indudable química que hay entre ellos, ayuda a salvar -en buena parte- a la película del olvido, mientras que la fotografía de Eric Steelberg (habitual colaborador de Reitman) es impecable en sus tonalidades marrones, pueblerinas, pintando por momentos paisajes que parecen salidos de un pictórico gótico americano.

No se entiende el momento en que el realizador de Young Adult perdió el rumbo y se refugió en un hogar de lugares comunes, ni porqué quedó tan asombrado por el poder metafórico (y obvio) de una torta de duraznos, y es por eso que Labor Day queda como un traspie en una filmografía no perfecta, pero sí hasta ahora más interesante que la de muchos de sus colegas contemporáneos. Con algo de suerte, este film será apenas un tropiezo y no caída, pero para saberlo habrá que esperar los próximos dos años, en los cuales el director estrenará sus dos nuevas películas. Habrá que hacer de cuenta (y no será difícil) que aquí no vimos nada.