Aire libre

Crítica de Karen Riveiro - Cinemarama

Es casi imposible recordar alguna imagen de las últimas películas de Anahí Berneri sin que esa imagen emane bullicio, sonidos de cosas rotas y diálogos superpuestos. Como en Por tu culpa, el último film de la directora estrenado en 2010, Aire libre también es un mundo en donde la tensión, la agresividad y la angustia tienen consecuencias físicas en el espacio y en los cuerpos. En este caso, el conflicto se da entre Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia), una pareja en crisis que sin planearlo encuentra en una mudanza la oportunidad para distanciarse y repensar la relación. Cada escena es, entonces, una sucesión de roces o acercamientos siempre ruidosos, por momentos sutilmente agresivos y casi siempre involucrando algún tipo de violencia sobre algún objeto. Pero esa superpoblación sonora no sólo sirve a la ambientación de la crisis sino también al espíritu cíclico de Aire libre —espíritu presente, a su vez, en Por tu culpa— en que el conflicto no parece tener un fin próximo: en una de las escenas, por ejemplo, Lucía recorre con tristeza la casa ahora inundada y, cuando parece que ya no podría ser peor, una madera se cae del techo. La tarea de arreglar el hogar, como en el momento en que la protagonista saca plantas de la pileta —y aquí Berneri lo resalta haciendo un cambio de plano hacia uno general— parece constantemente interminable, enorme, abrumadora. El trabajo con los diálogos y las actuaciones termina por dar la fuerza necesaria a una película que explora con sensibilidad e inteligencia los rincones más oscuros de la crisis y que no fracasa en su huída del reposo y la liviandad, dos cosas que no le pertenecen a sus personajes ni a su mundo de objetos rotos.