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Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

El olvido de la razón

Tensado entre la relativa libertad del cine de autor y los condicionantes un tanto opresivos del cine industrial, Alejandro Amenábar ha labrado una carrera interesante pero despareja, siempre afecta al virtuosismo: demostró que puede abordar thriller (Tesis), ciencia ficción (Abre los ojos), terror (Los otros), drama (Mar adentro) y ahora el género histórico, con Ágora, por igual.

Lejos de la frescura de sus dos primeros filmes, de raigambre independiente, Amenábar parece padecer y no aprovechar los presupuestos millonarios a su alcance. Ágora evidencia su planteo “de autor” en la excentricidad de la historia, en lo ambicioso de los decorados y las tomas (que llegan a enfocar hasta el planeta Tierra) e incluso en cierta alegoría político-religiosa aplicada a la actualidad, que es más forzada y menos aparente de lo que parece.

Hipatia (Rachel Weisz) es una joven astrónoma que dedica sus días a la ciencia en la biblioteca de Alejandría, en pleno siglo IV, justo en el momento en que una era (el Imperio Romano) termina y otra (el cristianismo) comienza. Por eso sus descubrimientos en el terreno de las órbitas espaciales y la figura de la elipse van cobrando el matiz de una cruzada solitaria e imposible, justo cuando las huestes cristianas cobran poderío e imponen su oscurantismo brutal (por otro lado ecuánime, frente a la esclavitud y ostentación profesada por los paganos).

Y en el medio de todo eso, el amor imposible que carcome a Davo (Max Minghella) por su ama Hipatia, también disputada por Orestes (Oscar Isaac). Así, en el contraste entre las tranquilas (y un tanto tediosas) clases de ciencia que imparte la astrónoma y los violentos enfrentamientos callejeros entre distintos clanes es donde el filme avanza, henchido de clasicismo y majestuosidad técnica, pero sin mucho que ahondar en el terreno de la historia y los conflictos que allí se dan cita.

De esa forma, lo que en un principio parece un punto de partida atractivo (una época histórica ambigua, un personaje femenino donde antes siempre hubo un gladiador) sucumbe ante las piezas fragmentadas de un rompecabezas que nunca se arma todo. El romance trunco entre ama y esclavo (que derivará en el dramático y esperado final), los avances de Hipatia en el conocimiento del universo (simplistas y demasiado “pedagógicos”), el enfrentamiento razón-superstición, no consiguen sugerir más que la mera suma de sus partes, y por eso Ágora termina siendo un filme confuso, inocuo, intrascendente.

Mención aparte merece el protagónico de Rachel Weisz, quien cumple en su rol de heroína trágica, fiel a esa estampa de mujer bella y sabia en dosis iguales, si bien su frágil figura no resulta suficiente para sostener tanta grandilocuencia.