Agenda secreta

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Cuando el Estado debe investigarse a sí mismo

Los alemanes siguen revisando su pasado de manera insistente y sistemática. El capítulo de su historia marcado a sangre y fuego por el nazismo no cesa de generarles un sinfín de interpretaciones, consideraciones, reflexiones, confesiones, críticas, autocríticas, excusas, deambulando siempre el entendimiento entre luces y sombras. Un capítulo que se niega a cerrarse y que siempre está abierto a nuevas miradas, opiniones, recreaciones, elucubraciones, que intentan explicar aquel fenómeno que tuvo a ese pueblo como protagonista. Un fenómeno que se ha erigido como único en la historia universal, por sus características, y paradigma de cuanto horror y crueldad se le pueda atribuir a la especie humana.
Una mancha en la memoria colectiva de los alemanes, que siempre incomoda y perturba, y que reclama una especie de expiación a perpetuidad.
El cine, la literatura, el teatro, el arte y en todas las manifestaciones culturales en general, no pueden eludir ese estigma, que se lleva como un conflicto nunca resuelto del todo y siempre vigente, ya sea explícitamente o de manera implícita.
“Agenda secreta”, la película de Lars Kraume, ofrece una nueva versión de los sucesos previos a la sustanciación de los Juicios de Nüremberg, en la década de 1950 a 1960, que tuvieron como protagonista principal al fiscal general del Estado de Hessen, el abogado Fritz Bauer.
Kraume presenta a un Bauer (excelente trabajo de Burghart Klaussner) como un hombre que se ha tomado en serio su trabajo de investigar los posibles crímenes cometidos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Pero, como se sabe, las dificultades a las que se enfrentaba eran muchas y muy difíciles de superar. El remanente del nazismo seguía todavía muy vivo y presente en la mayoría de las instancias estatales y en muchos ámbitos no había predisposición a contribuir ni a colaborar con esa investigación, ya que, de prosperar, se ventilarían verdades incómodas para muchas personas todavía en funciones.
El Bauer interpretado por Klaussner es un hombre vulnerable, solitario, consciente de la debilidad de su posición, pero con una gran voluntad para intentar seguir adelante pese a todo. Tiene poca gente de confianza (“mi propia oficina es territorio enemigo”, dice) y aunque a veces duda y vacila, esas dos o tres personas están ahí para alentarlo a continuar.
Entre sus asistentes, se destaca el joven fiscal Karl Angermann (Ronald Zehrfeld), quien resulta de gran ayuda. La obsesión de Bauer era obtener algún logro que pudiera ofrecerse a la opinión pública como fruto de sus esfuerzos y que le dé sentido a su trabajo, que estaba siempre entorpecido y atacado de manera soterrada por las mismas estructuras estatales que debían asistirlo en su tarea.
Cuando tuvo información de que el criminal nazi Adolf Eichmann había sido visto en la Argentina, donde supuestamente estaba exiliado y viviendo bajo una identidad falsa, Bauer vio la posibilidad de reivindicarse ante la sociedad y ante sí mismo, y recobró fuerzas, reforzó su voluntad y encaró con decisión la búsqueda del prófugo. Para ello, no dudó en contactar con los servicios secretos israelíes, el Mossad, algo que no le estaba permitido por las leyes alemanas. Se movió con astucia, asumiendo riesgos y lo intentó todo para confirmar la ubicación de Eichmann y procurar deportarlo a Alemania para llevarlo a juicio ante tribunales de su país.
Pero, como es sabido, no pudo conseguirlo ya que la misma Corte alemana no lo autorizó. Eichmann finalmente fue capturado por el Mossad, llevado a juicio en Israel y ejecutado.
Y Bauer tuvo que resignarse a no poder coronar su empeño con el éxito que hubiera deseado. Sin embargo, su trabajo fue reconocido de manera póstuma, como un valioso antecedente que posibilitó los posteriores Juicios de Nüremberg.
La versión que Kraume ofrece de aquellos episodios es una suerte de sinopsis de información que se da por sabida y conocida por todos, y se detiene en recrear el espíritu de la época, condimentando su relato con aspectos de la vida personal de Bauer y también de su asistente Angermann, a quienes se los tacha de homosexuales. Esta cuestión (aun no del todo confirmada por la historia oficial), al parecer, enturbió más su desempeño y complicó su tarea, ya que en esa época, la homosexualidad estaba penada por la ley en Alemania.
En síntesis, “Agenda secreta” es un nuevo aporte a la eterna revisión histórica de su pasado oscuro que ofrecen los alemanes al público, para cumplir quizás con algún mandato no escrito que los obliga a la expiación recurrente de aquellas viejas culpas.