Adoro la fama

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Sofía Coppola se cansó de hacer películas sobre ella misma: sobre lo que implica ser la hija de un director de cine, rica, conocida, caminar sobre alfombras rojas y estar en la boca y los ojos de todos. Adoro la fama (el aburrido título local de The Bling Ring, nombre con el que se conoció el caso real en el que se basa el guión) cambia el punto de vista: ahora la directora observa ese mundo desde afuera a través de la mirada maravillada de unos adolescentes fascinados con la moda y el éxito de las stars, que quisieran ser como Sofia Coppola. La diferencia en relación con otras películas suyas es notable: los chicos que roban casas de famosos no tienen nada asegurado, desean con tanta desesperación participar aunque sea un poco del glamour de sus ídolos que no paran de moverse, de escabullirse por puertas y correr por los pasillos de las mansiones de Paris Hilton, Orlando Bloom o Lindsay Lohan. Ellos no pueden permitirse el aburrimiento, la tristeza autocomplaciente de los chicos ricos (aunque los protagonistas de Adoro la fama estén bien lejos de la pobreza y la humildad). Para acceder a ese universo cerrado, aunque sea por la puerta de atrás, tienen que planificar y diseñar estrategias, al menos hasta que descubran que todo el asunto es mucho más sencillo de lo que parece (Paris Hilton deja la llave abajo del felpudo de la entrada) y en poco tiempo se relajen y la cosa se transforme casi en una dosis periódica de adrenalina, un vicio más.

De alguna manera, la directora consigue que las incursiones en los hogares ajenos resulten entretenidas y cinematográficas, incluso para aquellos que no compartan los gustos de los personajes (seguramente el desfile de productos de diseño y marcas sea un festín para alguien interesado en la materia). Cuando la película observa, lo hace bien y logra esa mirada extrañada que no enjuicia, que no opina acerca de la intimidad de los famosos y que es condición para igualarnos con los protagonistas (las escenas en el bar, momentos de triunfo y plenitud, de vitalidad orgullosa, son de lo mejor de la película). El problema de Adoro la fama es otro, y se adivina ya en el comienzo, cuando se presenta al personaje de Leslie Mann, que viene a cumplir con la obligación de la sátira, de la crítica social rutinaria (“estas chicas son así en parte por culpa de la rubia tarada que tienen por madre”). Fuera de ese personaje patético, la película no busca las causas del comportamiento de los chicos y ese es uno de sus puntos más fuertes: la ausencia de explicaciones de cualquier índole les permite conservar una cierta dosis de misterio; sus motivos son opacos, lo que importa son las acciones concretas, sus recorridos por las estancias de algún caserón moderno.

En la misma línea, el otro problema es el personaje de Nikki (Emma Watson) en la actualidad, a la que la edición muestra como una tonta y una mentirosa descarada. Ese contraste entre el pasado y su presente atenta contra la riqueza del personaje, la simplifica al punto de sugerir que Nikki (y por extensión, sus compañeros de fechorías) es solo otra adolescente acomplejada a la que no se le pusieron los límites debidos. Se trata de la parte escandalosa de la película, la que habla menos en términos de cine que de comentario social y que nos interpela ya no desde el acto de acompañar a los personajes (como ocurre en la primera mitad) sino colocándonos en el lugar complaciente de jueces; después de la sentencia estatal, y tras la última imagen de Nikki hablando a cámara, se nos invita a juzgarla moralmente por falsa, egoísta y vanidosa; el momento en que podemos dar rienda suelta a los prejuicios y calificar la situación con palabras comodines como “banal”, “vacío”, “consumismo” (aparecieron en varias críticas, de paso). Quizás se trate de una concesión grosera a las buenas costumbres que habilita, en realidad, el relato nada condenatorio que se detiene como embelesado en una banda de pequeños ladrones de casas lujosas. El castigo final es el pase de entrada a esas casas, la carta que le permite a Sofía Coppola poner patas para arriba su cine, invertir el orden de cosas de su filmografía y redescubrir un desde un lugar nuevo un universo en vías de agotamiento.